En las situaciones de duelo, de enfermedad u otras situaciones críticas, a veces dudamos de si nuestra presencia será bien recibida, de acercarnos o no. Acompañar, en las muchas posibilidades que esta palabra permite, puede ser un bálsamo de un valor incalculable para quien está sufriendo y también para quien acompaña, ya que permite cerrar círculos que de otra manera siempre seguirán abiertos, con la pesada carga emocional que significan los asuntos pendientes.
Me surge esta reflexión del testimonio de personas que han compartido situaciones que no pudieron cerrar, o por aquellas situaciones en que yo misma por distintas razones no pude estar presente en el momento oportuno. La lectura del cuento de Juan Gabriel Vásquez reactivó la desagradable sensación de no haber estado a la altura en ciertas ocasiones. En “El doble” (de la antología “Canciones para el incendio”), el protagonista no se atreve a ir al funeral de su mejor amigo, que muere en un accidente. El padre del amigo, con un enorme resentimiento, le escribió las siguientes líneas, tiempo después de la pérdida de su hijo:
“A veces pienso que lo hubiese llevado todo mejor si hubiera podido recordar eso contigo sentado a la mesa. Ernesto te quería, iban a ser de esos amigos que uno tiene para toda la vida. (…) Pero ahora (me decía la carta) ya todo eso es agua pasada: nosotros te necesitábamos y no estuviste, te escondiste y nos quitaste tu apoyo”.
Por difícil que parezca, es necesario atreverse a acompañar. Es cierto que a veces las personas afectadas por un gran dolor quieren estar solas, retraerse en sí mismas, y eso hay que respetarlo. Pero hay gestos que permiten hacer sentir presencia y entregar el mensaje de que se está disponible. La discreción y la prudencia son dos virtudes a las que deben sumarse la disposición a acompañar y a ayudar. No olvidamos nunca la compañía de quienes están a nuestro lado en las situaciones difíciles.
El acompañamiento tiene que ver con dejar saber al otro que estamos ahí cuando nos necesite. No es invasivo, sino respetuoso, pero tiene la calidez que se expresa en los gestos silenciosos, en la capacidad de escuchar, de regalar un recuerdo, de estar ahí para apoyar. Saber acompañar es imprescindible que lo enseñemos a nuestros niños si queremos que crezcan en humanidad.