Hace más o menos un lustro atrás visitamos la pastelería Délice, en su local de Hamburgo con Tobalaba, y quedamos muy bien impresionados. A la vuelta de los años, y conociendo lo que es la humana naturaleza y sus obras, quisimos repetir aquella buena experiencia, pero, como suele ocurrir, la memoria agranda y embellece los recuerdos.
Délice sigue siendo, naturalmente, un agradable lugar para tomar un café o almorzar algún sándwich de buena factura. Pero la calidad de la oferta pastelera no nos pareció, esta vez, a la altura de lo que conocíamos.
Las viennoiseries o bollería, como suelen llamarle, mantienen su alto nivel: perfectos croissants ($850), sin ese desagradable velo dulce y pegajoso que les ponen nuestros vecinos de allende Los Andes y que ha llegado a ser ubicuo en Santiago (cuesta encontrar un croissant que no lo tenga); muy rica la trenza de pecanas ($1.500) y también el canelé ($1.200). El croissant con harina integral y semillitas no es, verdaderamente, tal, pero si se le perdona esto, no está mal como pancito. Y el cinnamon roll, como lo denominan “los ingleses de Sudamérica”, excelente ($1.500).
Entrando en materia, hubo dos fracasos sin atenuantes: la tartaleta de manzanas y la de pera en frangipane ($2.850: masa durona, poquísima fruta y sin aroma alguno). Fue muy buena, sin embargo, la tarta de frambuesa y merengue, liviana, merengue bien horneado. En materia de perfecciones, el milhojas a la francesa, con cubierta de chocolate ($2.850) lindó con ella (y además, se partía con el tenedor sin derrumbarse y quedar hecho una ruina). Buena exhibición de buena crema de vainilla tuvimos también en el St. Honoré, cuyos choux estuvieron un poco más duros que lo deseable.
El kuchen de nuez nos pareció también muy, muy bueno ($2.500), nada de abotagante, como suele ser el caso con estos kuchenes. Y, luego probamos una serie de porciones de tortas, vendidas como pasteles según el desafortunado uso actual, responsable de la desaparición de esa tradición de los pasteles individuales, hechos uno a uno, con perfección artesanal: entre ellas catamos una decorada con rosas rojas y otra denominada Red Velvet (ambas a $2.850), también muy roja, ambas generosas en anilina o colorante, aunque sin aroma a nada bien definible.
De los cheesecakes probamos el de frambuesa, quesosito, como se pide, y sin esos excesos de aglutinante que suelen ponerles para darles forma, y también catamos un rollo de amapola de un aroma absolutamente irreconocible y, al cabo, ni desagradable ni recomendable.
Délice de Tobalaba, que es sucursal de otro local en Simón Bolívar, tiene la ventaja de estar muy bien ubicada, con algunos estacionamientos propios del strip center y otros en las tranquilas calles adyacentes. Sin duda vale la pena tomarse ahí un café, mirando la ancha Tobalaba y su tráfico, con alguna viennoiserie.
Tobalaba 5151, Ñuñoa.