Existen pocas cosas más sanadoras que disfrutar y cuidar de la naturaleza, plantar un árbol o una planta, alegrarse cuando comienzan a salir los brotes y cosechar lo sembrado, son experiencias que nos ayudan a conectarnos con cuidar la vida.
Los niños educados en contextos urbanos tienen poca posibilidad de disfrutar con la maravilla que es la naturaleza, ya que pasan la mayor parte del tiempo en actividades sedentarias, en espacios cerrados y, con frecuencia, conectados a una pantalla. Se ha hablado de un analfabetismo ecológico, del que parecen ser partícipes incluso quienes están a cargo de la planificación urbana. A los edificios que se construyen cada vez más altos no se les exigen áreas verdes; las plazas tienen más cemento, como si no hubiera evidencia suficiente de los graves problemas ecológicos y de la importancia que tiene hacer una ciudad más humana. Se hace indispensable tomar conciencia de cómo nuestra negligencia afecta al cambio climático. Los niños tienen que aprender a cuidar su entorno para que la próxima generación pueda construir un medio ambiente que sea amable y sustentable.
La familia puede favorecer lo que Heike Freire llama “Educar en verde”, que es el título de uno de sus libros y donde sostiene que el contacto con la naturaleza debiera ser considerado como un derecho, ya que favorece el desarrollo físico, social, emocional y espiritual. Se trata de intencionar la conexión con la naturaleza a través de actividades tan simples como: salir a caminar y conectarse con el paisaje, reconocer el nombre de algunos árboles, arbustos y plantas. Ver la puesta de sol y cuando existe la posibilidad, los cielos estrellados. Caminar por el barrio identificando las especies que hay en los jardines.
En vez de solo regalar flores, visitar un vivero o tomarse algunas horas para visitar con calma un parque. Tener un minihuerto, por ejemplo, de hierbas o iniciar una colección de cactus.
En Estados Unidos, una iniciativa que ha tomado fuerzas es “No Child Left Inside”, que se orienta a que los niños conozcan y utilicen los parques. En definitiva, tener contacto con la naturaleza es un derecho de los niños.