Esta debiera ser una de las reglas de oro de la cocina. Pero cuando se tiene una mano puesta en la preparación de esa indescriptible construcción que es el sánguche chileno, donde se amontonan hasta una docena de ingredientes heterogéneos, es difícil que la otra disfrute de independencia y sea mesurada en las demás comidas que prepara: tenderá inevitablemente a agregar más cosas que las necesarias.
Algo —quizá mucho— de esto le ocurre a La Pescá, simpático lugar situado en la orilla marina en Maitencillo, donde hay una buena atención y se oye una discreta y agradable música (bien moderado volumen), y donde además, al menos a la hora de comer, hay suficientes estacionamientos (cosa escasa en el verano por estas partes).
El primer ejemplo de un exceso de “cosas ricas” fueron unos ostiones mixtos ($12.500), doce ostiones más bien chicos (es lo que se encuentra por lo general), seis de los cuales tenían un tipo de aderezo, y otro, los otros seis (unos con peras, nueces, queso azul; otros con tocino y puerros). Pero el todo venía cubierto por una gruesa capa de queso fundido y gran cantidad de crema. Resultado: el exceso de “cosas ricas” abrumó, hizo desaparecer a los pobres ostiones, incapaces de hacerles guerra a tantas ricuras… Si uno pide ostiones, quiere que lo que se le presenta sepa a ostiones y no a otras cosas.
El ceviche La Pescá ($8.000), como casi todos los ceviches, ofrece amplia oportunidad para amontonar cosas: este tenía leche de tigre (lo normal es que el ceviche produzca su propia leche de tigre, no que se le añada…), leche de coco y una mezcla de pescados que incluía salmón y pulpo, con el usual aderezo de cebolla morada, más un topping de maní molido de lo más sentador, por el contraste que ofrecía de texturas. Pero, de nuevo, uno quisiera que los pescados sean identificables y no queden confundidos por tanta otra cosa rica. El pulpo, en particular, nos pareció estupendo cada vez que pudimos atraparlo en el conjunto. Menos habría sido más.
El crudo especial ($7.500), de un estupendo tamaño, nos pareció bien hecho, pero en algún despreocupado momento percibimos un mal ubicado olorcillo a refrigerador. Y, finalmente, la pizza clásica ($7.000) traía camarones y trozos de pescado más un inoportuno montoncito de… pesto. Este es apropiado para saborizar pasta, pero usado sobre algo tan sumamente sabroso como una pizza, está muy, muy de más.
De los postres elegimos lo que resultó ser lo mejor de la comida: un anutelado ($4.000), especie de quequito de avellanas con nutella y un guapo zurungo de delicioso y meritorio helado de café, tan ausente, tan raro estos días.
La carta está compuesta mayormente por piqueos y cosas para acompañar tragos, más una batería de sánguches. Casi no hay propiamente “platos”. Muchos tragos, algunos vinos, agradables limonadas.
Playa Blanca, Maitencillo.