¿Cuántas carcajadas se escuchan en nuestras familias? Pocas cosas son más hermosas que las risas de los niños, y si hay algo que es señal de vínculos fuertes entre las personas, es la capacidad de reírse juntos. El concomitante de la risa es la ternura, y en una familia en que hay espacio para reírse, circulan más emociones positivas.
Nunca se señalará lo suficiente la importancia que tiene la risa en la construcción de vínculos sólidos y cómo marca los recuerdos de infancia. La risa es una señal de vida que hace sentirse mejor a adultos y niños. Cuando un niño es recibido a la llegada del colegio con un abrazo alegre acompañado de una sonrisa o una risa, sentirá ese apego que constituye la esencia de una familia acogedora, nutritiva y saludable. Un niño que aprende a reírse se enfermará menos, ya que reírse aumenta las endorfinas, que son las hormonas del bienestar o de la felicidad, así como reduce el cortisol, que se realciona con el estrés.
La paradoja es que la risa es un asunto muy serio, que crea vínculos de complicidad y nos ayuda a enfrentar los desafíos cotidianos con alegría. En estudios experimentales en pacientes con dolores crónicos, se demostró que ver películas divertidas les disminuía el dolor y les aumentaba la inmunidad.
Se puede ayudar a los niños a reírse, recordando anécdotas familiares divertidas, compartiendo con ellos lo que nos puede haber hecho reír durante el día, pero sobre todo riéndose con ellos, nunca de ellos ni de otros. Ver películas divertidas, como las de Chaplin o Cantinflas, leer libros divertidos como los gaturros o Mafalda, constituyen poderosas herramientas para mantener el buen humor.
Reírse juntos siempre da una sensación de complicidad. En yoga se habla de los efectos de la risa y se dice que el cerebro no distingue las risas falsas de las verdaderas. No estoy segura de que sea así, pero sí estoy convencida de que una atmósfera familiar más alegre, con más sentido del humor, es más beneficiosa para la salud mental que aquellos ambientes en que predomina la amargura, la tristeza o la rigidez. Compartamos con nuestros hijos más aquello que nos hace reír y ser felices, que los espacios de tristeza y de amargura por los que podamos estar atravesando.
Un modelo de padres sonrientes y capaces de enfrentar la vida con sentido del humor es un legado de gran valor para los hijos.