Desde que “Chile despertó” se han perdido 6 puntos del PIB. El “daño emergente” —todo lo destruido— alcanza a casi dos puntos del producto. El “lucro cesante” por su parte, lo que se ha dejado y dejará de producir, asciende aproximadamente a dos puntos este año y otros dos el que sigue. Haga sumas. Como consecuencia de lo anterior, el próximo año tendremos más de un millón de desocupados en las calles. Vaya despertar.
El Banco Central ha comprometido un cuarto de sus reservas para paliar la turbulencia financiera. Pero si usted cree que ya vio todo lo que podía ver, le tengo noticias: no hemos visto ni el primer capítulo de una fuga de capitales. Lo único sucedido hasta ahora es un rebalance en los portafolios locales: personas que, quizá como usted mismo lector, han liquidado depósitos en pesos para tomar depósitos denominados en dólares. Pero tenga por seguro que si las cosas continúan empeorando, al punto de sobrevenir una fuga de capitales de veras, a su “depósito en dólares”, de dólares le quedará el puro nombre porque se habrá acabado la convertibilidad del peso. Para ese entonces, además de los daños a la economía real, se habrá infligido un serio golpe al sistema financiero, ese mismo que damos por sentado que existe, al que usualmente le achacamos muchos defectos y que, no obstante, financia regularmente compras de viviendas, emprendimientos, jubilaciones y sueños familiares.
Lamentablemente, buena parte de la élite política continúa actuando con absoluta inconsciencia del peligroso derrotero por el que vamos. No soy de los que rasgan vestiduras porque haya que hacer reformas a la Constitución, pero me parece que la fe puesta en el actual proceso constituyente tiene rasgos de candidez rayanos en lo pueril. ¿Es que acaso creen que la economía puede resistir 24 meses de incertidumbre constitucional sin una aguda caída en la inversión o una fuga de capitales? ¿Y qué hay de la indispensable restauración del orden público en el ínterin, sin el cual las deliberaciones de los constituyentes difícilmente serán libres y democráticas?
No nos confundamos. No hemos llegado a este punto a consecuencia del descontento social. No es el “Chile que despertó” ni la familia de clase media con sueños de progreso la que destruye puestos de trabajo o adopta pasos temerarios que podrían destruir el sistema financiero. La historia, en ambientes revolucionarios como el actual, la hacen siempre las minorías, las vanguardias que saben dónde quieren ir. Debiera ser evidente a estas alturas quien cataliza el proceso: una vanguardia revolucionaria, con un pie en la tribuna parlamentaria y otro en la calle. Reafirma su identidad en la violencia, la cual, más allá de lo material, viene premunida de simbología. No es casual que la primera infraestructura afectada haya sido el metro, el servicio más democrático e igualitario que tuviera la ciudad de Santiago. Tampoco es casual que la última acción “pacífica” haya sido levantar campamento en la mismísima entrada del Palacio de Tribunales. Abran los ojos. Tomarse una plaza no es un acto pacífico. Y hacerlo en la entrada del Palacio de Tribunales es un acto de violencia teatral de los cuales la historia está llena. La simbología es evidente: se obstruye el acceso allí donde se vela por el Estado de Derecho. La vanguardia revolucionaria ya nos ha mostrado su identidad. ¿Pero cuál es la nuestra?
Desde lejos en el tiempo, Ortega y Gasset nos viene a recordar que “los grupos que integran un Estado… son una comunidad de propósitos, de anhelos… No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo”. En esta hora crítica, si queremos reafirmarnos como nación, nos corresponde labrar caminos de progreso y esperanza para la gran mayoría, aislando de ese modo a quienes solo quieren provocar caos, destrucción y desmoronamiento social. A la vanguardia destructora toca oponerle una vanguardia creadora.
Existe un camino. En esta misma columna, hace un mes, me permití delinear un derrotero alternativo. Chile puede abordar hoy, no mañana, las demandas sociales más sentidas. Se trata de emular lo que fue la experiencia de la unificación alemana. Hoy, nuestra “comunidad de propósitos y anhelos” es unir a dos Chiles, separados por muros de desigualdad y diferencias de oportunidades. En las últimas cuatro semanas he sostenido comunicaciones y conversaciones con políticos, empresarios y profesionales, así como también con personas que vía
e-mail tuvieron a bien aportar sus ideas y puntos de vista. Producto de ello, el plan original que delineara, el “Plan B”, ya va en su segunda versión: “Plan B 2.0”, y cualquiera que desee hacer números y ver detalles lo puede visitar en www.quirozyasociados.cl. Se puede. Técnicamente, resulta de combinar crecimiento con racionalización del gasto público, aumento transitorio de deuda pública y algún grado de mayor carga tributaria futura. Fue alentador descubrir que entre economistas de tendencias políticas distintas, las coincidencias fueron mucho más significativas que las diferencias.
Si en el Chile invertebrado de hoy, como en la España de que hablara Ortega y Gasset hace ya un siglo, las élites políticas no están dispuestas a asumir el desafío que la crisis demanda, tendrán que venir otras que sí tengan el coraje para ello. Que se escuche fuerte y claro: Chile no se rinde.