El disciplinado Bernhard Schlink narra una doble historia de amor y, de paso, propone algunas conjeturas sobre el sentido (y extravío) de la historia alemana.
La vida de Olga (la novela contiene una biografía suya) es triste, pero no banal. Nacida a fines del siglo XIX, huérfana temprana de padres campesinos, es criada sin cariño por su abuela en una pequeña ciudad de provincia. Ya en el colegio del pueblo hace amistad con Herbert y Victoria, hijos de una familia de ricos terratenientes de la zona. Herbert y Olga se enamoran, pero la familia de Herbert, por la diferencia de clase social, se niega a autorizar el matrimonio de su hijo, el cual, además, demuestra desde temprano una desmesurada pasión por la aventura y los viajes. Mientras Olga, venciendo los prejuicios y limitaciones sociales y económicas, estudia para ser maestra y enseña a los niños, continúa el idilio con un nómade Herbert que, antes de empeñarse en una insensata exploración del Ártico, la deja embarazada y luego desaparece sin nunca regresar, perdido sin rastro en los hielos eternos. Olga, en tanto, una suerte de perenne “viuda”, va sufriendo en soledad los avatares de los cambios sociales y las miserias de la primera y la segunda guerra mundial. Excluida por su vida y sus ideas, termina ganándose la vida como costurera de gente acomodada, sobre todo de una familia noble que, ya en su madurez y ancianidad, la acoge y la cuida hasta sus últimos días, a los noventa años, cuando, de modo casi inexplicable, resulta herida en un atentando explosivo contra una estatua de Bismarck. Estamos a principio de los setenta. En esta familia que la recibe surge el segundo amor de Olga, tan distinto al primero, una amistad discreta, profunda y muy hermosa entre ella y el hijo menor, Ferdinand, un héroe que es lo opuesto a Herbert: sin grandes ambiciones, equilibrado, buen esposo y padre de familia, pero con quien Olga durante años puede conversar, ir al cine o a un museo, hacer cortos viajes, en que el centro es siempre una afinidad tácita y el gusto por la conversación. La descripción del sutil vínculo entre Olga y Ferdinand es muy hermosa (toda la novela puede leerse como un elogio a la fertilidad de la amistad en confrontación con la insensatez del amor pasional) y esa amistad es la que valida la narración porque convierte a Ferdinand en un cronista de Olga, en un investigador que finalmente da con los últimas piezas del rompecabezas y otorga al lector el panorama completo de las circunstancias y los episodios de su vida. Cuando Olga llega a casa de la familia de Ferdinand niño, la parte fundamental de su vida ya esta jugada, pero lo que ese niño, luego joven y al final adulto descubre y nunca olvida tras los aparentes fracasos de la protagonista es que Olga ha sido una resistente ejemplar, en un siglo de locura, en medio de seres que se dejaron arrastrar por la insensatez y la voluntad de desmesura, ella fue siempre lúcida, crítica, independiente. Su acto final, sin duda demencial, es, dice Ferdinand, el necesario “contrapunto en la melodía de su vida”.
La escritura de Schlink es sobria y serena, con llampos de agudeza crítica en medio de una operación directamente narrativa. Las elipsis le funcionan muy naturalmente y, de pronto, sin que lo echemos en falta, han pasado diez o quince años y los grandes acontecimientos históricos, vienen, remecen y hacen sufrir, y se van en unas pocas páginas. La estructura, basada en tres narradores, es de factura impecable y en nada forzada. Las primeras 90 páginas son relatadas por un narrador omnisciente, en tercera persona, bastante convencional, pero que sorprende mutando dentro de la escritura misma en un narrador en primera persona, Ferdinand. Antes, el narrador en tercera persona estuvo dotado de tanta confiabilidad que el lector no se pregunta cómo y por qué sabe lo que sabe y a qué título nos narra esas intimidades. En ningún momento sospechamos que ese narrador conoce a la protagonista y es parte de la historia, de la segunda parte de la historia. El tercer narrador es la propia Olga, quien a través de un epistolario cuenta la historia de su esperanza inmortal, absurda y salvadora. La trama —esta palabra le viene bien a esta novela— está tejida como filigrana, la voz de Olga en el epistolario, muy lograda.
Schlink adelanta algunas conjeturas, no demasiado originales, sobre la política alemana e insinúa una cierta crítica social antiaristocratizante, una exaltación del papel de la mujer alemana anónima y del hombre aburguesado, no heroico ni aventurero, pero, sobre todo, sobresale como un sensible contador de historias.