Tener desacuerdos en algunas áreas acerca de cómo educar a los hijos es normal, pero cuando en la pareja las diferencias son muy profundas pueden afectar no solo la crianza, sino que también agravar en forma importante los problemas matrimoniales. Esto es así porque cuando la magnitud y la relevancia de los problemas son considerables, resulta evidente para los hijos que perciben la existencia de conflictos grandes entre los padres. Cuando esto sucede, las desavenencias percibidas por los niños pueden derivar en una deslegitimación de la autoridad paterna. Los desacuerdos son de diferentes orígenes, porque al provenir ambos padres de diferentes contextos familiares tienen pautas de socialización distintas en su propia infancia, las que pueden ser determinantes al educar a los hijos.
Sin embargo, no se puede concluir que haya que tener un ciento por ciento de acuerdo en todos los aspectos de la crianza de un hijo(a). No tener ningún desacuerdo podría implicar que las posturas y necesidades de alguno de los padres queden crónicamente postergadas, o bien que uno de los padres se desentiende del tema y delega en el otro toda la responsabilidad. Los niños educados con este patrón suelen tener menos vínculos de apego con el padre que ha delegado sus funciones parentales, lo que en ocasiones es vivido por el hijo como desamor.
Gloria, una profesora, cuenta: “Con mis hermanos sabíamos perfectamente que mi papá no aprobaba muchas de las normas disciplinarias autoritarias de mi mamá, los permisos que nos restringía y los castigos que nos imponía. Pero él era como un testigo mudo. Siempre lo percibimos como un cómplice de la arbitrariedad de nuestra madre”.
Un cierto nivel de diferencias en la pareja parental puede llegar a ser positivo. Por ejemplo, a una madre con tendencia a la sobreprotección le ayudará la presencia de una figura paterna que estimule a sus hijos para correr riesgos y los impulse a aceptar los cambios, o un padre muy estricto podrá verse beneficiado por una pareja más permisiva. Lo importante es que los desacuerdos se discutan en privado y que no signifiquen la desautorización del otro. Y si son percibidos por los hijos, es indispensable que vean que los conflictos se resuelven en forma pacífica, que las diferencias son legítimas y que se puede llegar a acuerdos.