La familiaridad hace perder el susto a las cosas raras, exóticas, nuevas. La cocina coreana ha merecido hasta hoy estos tres adjetivos en Chile; pero ya son inadecuados. Siendo todos los humanos que peripatean por el planeta de una misma especie, nada de lo que comen unos puede ser intragable para los demás. Es cuestión de conocimiento. Lo único incomible es lo mal hecho, así sea un puré de papas.
Sin haber estado en Corea nos falta un punto de referencia objetivo; pero como la apreciación culinaria es, al cabo, en alguna medida subjetiva, la cocina coreana que hemos probado en Santiago nos permite decir que la del Oiso es muy, muy buena e inmediatamente disfrutable, sin prevenciones ni preparaciones anímicas. Olvídese de ciertos infundios que la rodean: “excesivo ajo, excesivo picor”: lo que comimos fue todo moderado (si Usía es asustadiza, pida todo “poco picante”, y sanseacabó).
El lugar se hará famoso, sin duda, por sus alitas de pollo fritas ($6.500 la porción de 8 gordas unidades): qué perfección de reboso, qué aromas tan intensos, extraordinarios, qué impacto en la lengua y en el ánimo. Traen guantes de goma para que uno las manipule a placer. Las pedimos con salsa agridulce picante. Una delicia.
Las amenities que traen a la mesa nos parecieron notablemente superiores a las de otros lugares parecidos: primera vez que nos gusta el rábano encurtido. Y hay además un guisito de pulpos, y una especie de charqui de pescado con maní que ofrece un rico contraste y otras más.
Para entrar, pedimos gunmandu, empanaditas fritas con relleno de soya ($4.000 las 8 unidades), que se mojan un poco en una salsita liviana: riquísimas. Curioso el relleno, pero muy bueno. Y después nos fuimos por una tortilla de mariscos (descomplíquese y pídala así), obviamente pariente de los famosos huevos fu-yung chinos ($8.000): también catoliquísima con alguna de las salsas que Usía se servirá pedir. Y gran porción.
Ramoneamos a continuación, ya ligero el pie y el ánimo, en varios otros platos. Por cierto en un bibimbap dolsot ($6.000): el término bibimbap, nos explicaron, significa “revuelto” y, en efecto, se trata de esa ollita de fierro, caliente esta vez (por eso lo de “dolsot”, según entendimos), en que vienen verduras y hortalizas diversas, arroz al fondo y un huevo frito: todo esto, que se presenta en capas, hay que revolverlo y comerlo así. Rico, tan rico como un arroz con huevo frito.
Probamos también el cheyuk bokum ($7.000), que pertenece a la familia de las carnes picadas (de chancho en este caso) con verduras, todo bien estofado, sabroso, que pedimos poco picante (recomendado), y por último, el bulgayú ($7.000), otro guisito estofado, a la china, de carne con sus cebollitas y demases. Todo perfecto, sin sorpresas desagradables.
No hay postres. No hay vinos, solo cervezas. Local sencillísimo. Amable servicio. Barrio disfrutable.
Eusebio Lillo 311, Recoleta.