Es cosa de acordarse y pica de nuevo. En el restaurante Ramen Ryoma, en calle General Holley, tienen un plato titulado Killerspicy ramen. Y junto con una buena lámina de chancho, su porción de dientes de dragón y unos fideos más gruesecitos —sin llegar al calibre del udon: temomi se llaman—, viene el picante y las gotitas de sudor. Una maravilla, que se puede alternar con tragos de alguna de las bebidas japonesas que venden allí, como un jugo de melón carbonatado o la singular Calpico, que parece Chamyto con gas (pero rico, ojo, a $1.500). Todo bien, en un ambiente informal y con harto personal que de seguro tiene su carnet de otaku al día. Lleno al almuerzo, entre gente que paga en la caja y luego espera en las mesas, o quienes vienen a comprar para llevar. Un éxito.
En fin. Parece desordenado, pero tienen el control y están muy atentos, lo que es poco común en un lugar tan nuevo. Además, se respira buena onda. Tensa, porque están trabajando, pero en buena. Se los felicita. Es cosa de ver el movimiento en la cocina, con unos ollones tipo curanto, con los distintos caldos que pueden terminar en el bol de ramen, abundantes del verbo. Y para comenzar, tienen algunas opciones de picoteo. En este caso se optó por takoyaki ($3.000), que son unas bolitas de masa con pulpo, del que se vio poquito (grrr). Ricas igual, lo mismo que una porción de karaage ($4.000), pollo frito, del que se aprovechan otros cortes que no es solo la magra y aburrida pechuga. Como se pidió con mayo picante, fue mejor aún. Todo muy crujiente, como debe ser.
De los ramen, hay variedad en la carta. Y opciones de caldos, al pedir: miso, shio o shoyu, que se los explican en la caja, al hacer su pedido. Entre las combinaciones, hay uno con choclo y mantequilla, otro con full nori (esa alga en formato hoja) o el ya imprescindible vegetariano. En este caso se optó por el satánico picante asesino ($6.800) y por el Mayu tamago ramen ($6.800), que traía su chancho, su cebollín y un huevo duro a punto —con su yema brillante como sol naciente, valga lo siútico—, todo en forma y muy, pero muy abundante.
Hay que consignar que tanto en sabor como en atención es un lugar óptimo. No es como para ir en grupos de más de cuatro, porque los espacios —mesas y barra— son reducidos. Pero bueno: lo perfecto es enemigo de lo bueno también.
General Holley 2312, Providencia.