Me he propuesto no enojarme con nadie y seguir escuchando. Entre mis lecturas favoritas están los rayados de las calles, la muy buena declaración de Human Rights Watch; el pronunciamiento de las Fuerzas Armadas respecto del mal informe de Amnistía Chile; la declaración del Presidente cuando impuso al país la agenda por la paz, la justicia social y la nueva Constitución y luego se retiró de la escena dejándonos huérfanos, a cargo de la casa, haciéndonos responsables de lo que pasara.
Recomiendo también la entrevista de José Maza del sábado pasado en La Tercera, uno de los dos videos grabados por el cura Berríos; la columna de Tironi del martes pasado invitándonos a contar cuentos y la entrevista en Ciper a Pablo Ortúzar. Esta última me parece lectura indispensable.
Me he impuesto leer y escuchar porque soy constitucionalista y varios me preguntan cosas. La pregunta más frecuente es cómo será la nueva Constitución. Respondo que no sé, que los constitucionalistas no somos mejores que los otros para vaticinar; pero que tengo dudas de que vayamos a tener una nueva Constitución de esas que se promulgan y encuadernan. La mar está muy encrespada y cuando al barco se lo llevan las olas es muy difícil escribir constituciones, porque el buque se bambolea mucho y los tripulantes andamos mareados. Agrego que tampoco nos quedaremos con la Constitución que teníamos antes del estallido social; que esa ya dejó de regir; que esa dispone que el Congreso fija la jornada de trabajo y organiza los servicios públicos, que se rigen por su respectivas leyes orgánicas, y que ahora, transitoriamente, el cuarto poder del Estado determina la duración de la jornada de trabajo y hasta las horas de sueño a que tenemos derecho. Ese cuarto poder determina transitoriamente el horario de funcionamiento de los servicios públicos, de las carreteras, de los hospitales y hasta de las comisarías. Los establecimientos escolares ya cerraron y las universidades están en toma.
Mientras no se restablezca el orden público, no habrá nueva Constitución. Habrá golpe o anarquía. Rectifico, si una de esas dos cosas ocurre, habrá Constitución. La del golpe sería breve y diría: “aquí mando yo, y todos para su casa”. El problema de esa Constitución es que Chile sería después una tierra baldía, una tierra de nadie. La Constitución de la anarquía, igualmente breve, en cambio, diría… “aquí mandamos todos”. Esas palabras son un cazabobos, cuando mandan todos, es la ley de la selva, y cuando esa ley rige, el más grande se come al más chico. Con la Constitución de los anarquistas también mandarían los más fuertes y también Chile será tierra baldía, una tierra de nadie.
Queda la tenue esperanza de una Constitución de todas y todos. Su frágil chance depende de que antes haya paz y para que haya paz antes debe haber justicia social. La mesa que instaló el Presidente tiene tres patas y las tres necesitan del orden público, pero no habrá orden público si los que monopolizan la fuerza no actúan con legitimidad, respetando los derechos humanos.
Está difícil. Yo trato de no enojarme con nadie y de seguir escuchando. Solo con unos pierdo la paciencia. Son los que dicen: “esas cosas no pasan en Chile”. El 73 pasaron cosas que no pasaban en Chile. El estallido vuelve a demostrar que pasan cosas que nunca imaginamos. Quienes siguen diciendo que en Chile no pasan esas cosas están ciegos, sordos, desmemoriados y no saben historia, pero hablan. Con ellos pierdo la paciencia y seguiré tratando de convencerlos de que son irresponsables.
Termino con una nota de optimismo: En mis pocos momentos de optimismo llego a pensar que van a ser posibles la paz, la justicia social y la nueva Constitución. Trato de imaginarme a los constituyentes y me esperanza que ellas y ellos sientan el peso de la historia; que cada vez que se abra la sesión en nombre de Dios y de la patria invoquen a los que han construido esta patria. Tengo hartos muertos que se me candidatean para ser evocados. Mujeres y hombres. Quiero invocar solo a uno, a Arturo Prat, y no por su gesto heroico, sino porque cuando ya sabía que había llegado su hora final, preguntó si había almorzado la gente. Fue, de su parte, un gesto humano, delicado, propio de una madre, en medio de los cañonazos, del humo y pronto a morir, pensó en los otros, en sus subordinados, y tuvo ese gesto. Esos gestos, los buenos modales, son la base del respeto y el respeto es base de la paz. La gentileza, ver al otro, oírlo, preocuparse de si ha almorzado es base de la justicia. Los buenos modales son también la base de un trato digno y la igual dignidad es el artículo 1° de la Constitución. Espero siga siéndolo en la que venga.