Imposible explicarles a mis nietos lo que ocurre, no sé bien qué ocurre.
Para averiguarlo, disponemos de herramientas nuevas, una amasandería de información que combina grandes cantidades de harina, hornos inmensos y levadura sabia. O sea, miles de millones de datos, inteligencia artificial que analiza y máquinas que van aprendiendo de tantos datos que procesan.
En Merlín, una amasandería chilena de datos, me enseñan que las encuestas con opciones cerradas bloquean la aparición de ideas nuevas; las alternativas cerradas dependen de la óptica del investigador.
José Manuel Ferreiro, director de estudios, me relata la ceguera en que cayó la encuesta periódica CEP, uno de los principales termómetros de la opinión pública. Aparece siempre una pregunta cerrada: “¿Cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el Gobierno?”. Y dan 17 alternativas.
En junio de 2016 vino la marcha “No+AFP”. Pero la encuesta CEP no incluyó la alternativa de “pensiones” hasta un año después, en septiembre de 2017. Y, ¡sorpresa!, “pensiones” ocupó el segundo lugar de las preocupaciones. Los investigadores habían estado ciegos ante el tema.
Son mejores las preguntas abiertas, que consiguen respuestas sorprendentes, no imaginadas. Interrogan a una población sin saber qué saldrá.
En Merlín, acometieron en 2016 una investigación para descubrir la visión de los chilenos sobre las pensiones.
“¿Qué ha pensado usted sobre su pensión?”, preguntaban máquinas telefoneando a miles de personas, una muestra representativa del país. Grababan las respuestas.
Las transcribía el sistema de inteligencia artificial, las clasificaba, estudiaba cuáles palabras se relacionaban con cuáles otras. Además, asignaba emociones a los conceptos y según el timbre de la voz, por ejemplo, “incertidumbre”.
Apareció una gran dispersión de posiciones.
Entre los hombres, me explica Mauro Arancibia, CEO de Merlín, predominaban conceptos económicos; entre las mujeres, el concepto “dignidad”, cargado de sentimientos.
Los investigadores concluyeron que, más que el tema de los números, se incubaba una explosión ante la percepción de dignidad amenazada.
Las nuevas herramientas hoy permiten estudiar la sociedad en su conjunto, en profundidad y en diversidad, abiertos a lo que pueda aparecer. Sin imponer marcos.
José Manuel Ferreiro aprovecharía estas tecnologías en el tema constitucional. No reemplazan espacios de deliberación y debate, me dice, pero pueden contribuir señalando qué ideas debatir: ideas que vienen desde las personas.
Los constituyentes podrían escuchar, de la manera más abierta posible, lo que aparezca.
Podría uno explicarse lo que ocurre, sin prejuicios. No solo entre los millones más visibles, no solo entre los manifestantes. No solo entre los carabineros, los comerciantes, las geólogas, los astrónomos, los transportistas, los maestros, las presas, los cesantes, las religiosas, los ganaderos, los vándalos, los mineros... la total diversidad.
¡Qué contribución para luego debatir y decidir!