Quizás una de las mejores formas de tranquilizar a los niños es estar muy, pero muy atentos a las preguntas que ellos se hacen y que quieran formularnos. Esto se hace más imperativo cuando se está frente a una crisis, donde se deben crear espacios propicios para que ellos se animen a preguntar. Sus preguntas son una ventana hacia su mundo interno, que permite a los padres conectarse con lo que sus hijos están sintiendo. Además, ayudan a los niños a descomprimirse y a expresar sus temores, ya que al verbalizarlos y poder estructurarlos en palabras se vuelven más manejables.
Los niños no están inmunizados contra la ansiedad que despiertan las crisis sociales y la violencia que se desencadena a continuación. A pesar de los esfuerzos que hagan los adultos por minimizar los hechos y por evitar que vean demasiada televisión, los niños se ven afectados y hay que estar alerta, para ayudarlos a elaborar la situación de la mejor forma posible. Todo esto en la medida que vayan teniendo inquietudes y se sientan asaltados por dudas que agravan la situación que están viviendo.
Es importante limitar la exposición a las pantallas, ya que con la fuerza y reiteración de las imágenes, tienen un efecto ansiogénico enorme y despiertan nuevas preocupaciones en los niños y también en los adultos. Cuando el niño ve una imagen en forma repetida, para su mente no es algo que sucedió, sino que está pasando. Su imaginación lo conecta con lo que ha visto y leído anteriormente. Un niño de seis años, al ver las tanquetas en la televisión, le preguntó a su abuelo: ¿abuelo, estamos en guerra?
Veíamos una imagen impactante de familias agrupadas para proteger sus casas del vandalismo, donde había niños con palos para colaborar con sus padres en la defensa, y uno se pregunta: ¿cómo se sentirán estos niños enfrentados a conflictos que difícilmente pueden entender?
Es necesario que, de acuerdo a su edad, tengan una explicación de lo que está pasando, y en tanto sea posible, asegurarles que están protegidos. Hay que explicarles lo normal que es sentir miedo, para lo cual la presencia y contacto físico con sus padres o los adultos que estén a cargo es muy tranquilizadora. Especialmente en los más pequeños, el dibujo y el modelaje en plasticina ayudan a disminuir la ansiedad.
Aunque es recomendable mantener la calma, responda a sus preguntas con la verdad, sin pretender hacerles creer que nada está pasando, pero adaptando el lenguaje y las explicaciones a la edad de los niños, especialmente a lo que constituyen sus preocupaciones.
Mantener las rutinas ayuda a que los niños perciban una atmósfera de mayor tranquilidad, así como favorecer los espacios de juego. Al jugar, los niños disminuyen sus barreras defensivas y expresan sus sentimientos y sus interrogantes. No hay que minimizar sus sentimientos. Si no se tiene certeza en lo que hay que responder, a veces basta con abrazarlos y asegurarles que estás presente para cuidarlos y darles protección y apoyo. Partir de la visión que los niños se han formado y de sus preguntas, es la mejor forma de calmar sus inquietudes.