¡Que levanten la mano los que esta semana, imbuidos del espíritu de la COP25, decidieron no prender la parrilla! Anybody?
En todo el mundo, el debate sobre el cuidado del medio ambiente se nutre de -y se enreda por- planteamientos extremos, que van desde la negación de las evidencias de cambio climático hasta exigencias fundamentalistas, como negarnos la patriótica posibilidad de un asado dieciochero, con pebre bien cuchareado.
Hace poco me enteré de un grupo llamado "Fridays for Future" y de su propuesta de toques apocalípticos: para qué educarse para el futuro si "quizás no hay futuro"... En vez de ir a clases, proponen, hay que movilizarse contra la destrucción climática.
Veo en el debate chileno sobre el tema otra bipolaridad peligrosa en sus dos extremos: por un lado, la tendencia a apoyar cualquier medida de MITIGACIÓN -aunque no esté avaluada ni en su utilidad ni en sus costos-, orientada a reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Por el otro, la falta de debate en torno al tema de la ADAPTACIÓN a un futuro que va a ser distinto.
El debate sobre lo que debemos hacer en materia de MITIGACIÓN es inevitable. ¿Dado que Chile contribuye apenas el 0,23 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, qué costo es razonable imponer a su población en cuanto a sus posibilidades de progreso económico y de calidad de vida? ¿Dado que China, Estados Unidos e India producen más del 50% de estas emisiones, qué es justo para un país como Chile? ¿Cuál es el equilibrio sustentable en lo económico-político en Chile? ¿Asumimos todos los costos nosotros mientras otros "le echan carbón no más"? Otro dato relevante, nuestras emisiones de CO per cápita son cercanas al promedio mundial y muy inferiores al promedio de los países de la OCDE.
¿Pero qué se está proponiendo y debatiendo en materia de ADAPTACIÓN?
El mundo está cambiando. Que se cumpla o no el Acuerdo de París influirá en el más optimista de los casos en cuánto aumentará la temperatura media mundial. Si ese aumento es de 1,5 ºC respecto de los niveles preindustriales, o más del doble como algunos temen, de lo que no cabe duda es de los enormes cambios a los que los países deberán adaptarse. Dicho desafío es cuantioso en términos de previsión, estudio, inversiones y el avance político en las políticas públicas que permitan enfrentarlo exitosamente.
Períodos de sequía más frecuentes, intensos y prolongados es uno de los cambios anunciados, probablemente al que en Chile más atención se le ha puesto recientemente, pero más a nivel periodístico que de debate público. Al cambio climático se atribuyen cambios en la intensidad y frecuencia de múltiples fenómenos climáticos: episodios de altas y bajas temperaturas extremas; un aumento de casos de tormentas, tornados y huracanes; riesgos de aluviones y desbordes de ríos; cambios importantes en el borde costero; aumento del riesgo de incendios forestales; agravamiento de problemas de erosión en algunos sectores... La lista suma y sigue.
Por ello, además de la mitigación de emisión de gases de efecto invernadero, se debe abordar con determinación también el desafío de la adaptación y abordar políticas públicas que permitan amortiguar el efecto potencialmente adverso en lo social y en lo económico de dichos cambios.
Dado nuestro tamaño relativo, el impacto final de Chile -en si finalmente el mundo en su conjunto será capaz de ponerse de acuerdo y emitir una menor cantidad de gases invernadero- es limitado. Pero nada nos impide avanzar en prepararnos y adaptarnos a una nueva realidad climática.
En este cuadro resultan desconcertantes mociones parlamentarias que, empapadas de simplismo ideológico, frenan el desarrollo de proyectos privados que buscan entregar respuestas concretas para adaptarse a las nuevas condiciones. La propuesta de que el agua de mar desalinizada pase a ser bien nacional de uso público aparece como un freno perfecto a la inversión privada en plantas desalinizadoras, que ofrecen un potencial enorme de seguridad hídrica para regiones amenazadas o de industrias que utilizan agua intensamente.
En la misma línea, poco o nada se conoce de la cartera de proyectos de infraestructura que debiera impulsar el Gobierno en este nuevo escenario. Hoy, el sistema nacional de inversiones debiese considerar también como prioritarios proyectos que van en esa línea, tales como inversión en embalses, defensas para evitar el desborde de cauces fluviales, obras de riego con mayor eficiencia en el uso del agua, entre otros.
En materia de adaptación al cambio climático no tenemos que esperar a convencer a China ni a Estados Unidos, ni las conclusiones de la COP25. Dado que, contrario a lo que piensan en "Fridays for Future", si existe el futuro, lo mejor es comenzar la tarea de prepararnos y adaptarnos a él.