La U. de Chile propuso 14 temas a conversar en la reunión internacional “Transformations 2019”. Abierta al público.
Me metí en la sesión sobre el programa “Quiero mi barrio”, del Ministerio de Vivienda, y al que académicos de la Facultad de Vivienda y Urbanismo contribuyen con innovaciones. Por ejemplo, invitan a los vecinos a “caminar” con anteojos de realidad virtual por los proyectos de mejoramiento.
Éramos unos 20, entre público, invitados extranjeros, de Europa y América Latina, y los chilenos.
Me metí porque siempre me ha importado mi barrio: en calle Joaquín Díaz Garcés, con el luche, mis enamoramientos, la escondida, el carretón de palo. A veces regreso a olerlo. Aún se alzan las casas de mis amigos, mi ventana, desde donde miraba pasar a la Bernardita. Quiero a ese barrio.
Ignacio Kraemer, encargado en la Región Metropolitana, y sus colegas, mostraron Santiago con los barrios tocados. Manchitas rojas en un mapa, como las pasas en un queque, salpicando identidad y calidad de vida. Me convencieron. Sobre todo porque exploran una metodología, un camino para seducir a los vecinos. Cada proceso dura cuatro años.
No siempre han tenido éxito. En el inicio fueron criticados por asistencialistas. La continuidad depende de apoyos municipales. Pero han tocado a 377 mi personas, invertido 200 millones de dólares, desde el año 2006, en barrios de ciudades de más de 10 mil habitantes.
Mejoran espacios comunes, claro. Instalan canchas, vivifican organizaciones, es cierto. Pero a mí me impresionó cuando contaron que recogían testimonios, fotografías de las personas, la historia del lugar. Convertían esos decires en una muestra y, finalmente, en un libro de barrio.
Conozco esfuerzos similares de subrayar las identidades. Me seducen los sencillos museos de barrio: uno en Concón, una muestra local en Av. Matta. En Londres, visité el Museo de Hackney, y en Río, el “Museu da maré”. Estremecedores: catre de bronce y herramientas en Río; fotos de una vecina con una cita suya brotando de su boca en Hackney; una colección de revista “Estadio” en el barrio Av. Matta; ilustraciones hechas por niños en Concón.
Que a las comunidades les muestren a sus propios integrantes, sus objetos, su propio origen, sus dichos los consolida. El mejoramiento de los barrios no es una intervención de cemento, sino una construcción de identidad. Este es un tema no solo de urbanismo, sino de muchas disciplinas.
Y un libro de barrio, o una muestra de sus propias vivencias y conflictos, que podría llamarse museo, o un documental en video, enraiza. Y nadie daña el barrio que quiere.
No alcancé a defender esta función de las comunicaciones, del libro de barrio, del museo de barrio, en la sesión en la U. de Chile. Así es que aprovecho mi privilegio de columnista y la sugiero aquí.
Seguro de que el decir consolida realidades… y barrios.