Payton ha soñado toda la vida con ser presidente de los Estados Unidos. Al comienzo de la serie lo vemos empecinado en entrar a Harvard porque, según sus estudios, es la universidad que le da más posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Todo esto, mientras se enfrasca en una cruenta batalla por ser presidente del curso, en un exclusivo colegio que es un nido de víboras. Tomando elementos de “Election” (1999), “Juegos sexuales” (1999) e incluso “Despistados” (1995), cualquier intento de sátira o comentario es rápidamente sepultada bajo la avalancha de tópicos que Murphy encaja en cada episodio. Menos escritor y más un “hoarder” narrativo, la serie va descartando escenas y tonos como quien se deshace de pañuelos desechables, con personajes sobreescritos, llenos de patologías, que se vuelven entretenidos justamente gracias a su exceso. Y aunque la serie se puede disfrutar como un desfile interminable de viñetas más o menos interesantes, se trata de un producto extremadamente “antimaratón”, que muestra lo horrible que puede ser un mundo donde no existe la edición. Una bolsa de gatos donde todo es maullido, zarpazo y desenfreno, sin profundizar en nada y contentándose con el estallido imperecedero de una pistola de fulminantes.
“The Politician”. EE.UU., 2019. Netflix.