Los niños nos enseñan a mirar el mundo de una manera diferente por su alegría, su espontaneidad, su capacidad de asombro, como cuando miramos las cosas por primera vez. Es maravilloso ver cuando un niño preescolar se da cuenta de que tiene una sombra y la persigue sin poder alcanzarla. O cómo no emocionarse cuando con toda naturalidad nos pregunta “¿cómo podría tener una estrella?”.
José Antonio Fernández Bravo, un profesor que destaca la importancia de enseñar desde el cerebro del que aprende y no a partir de lo que sabemos, plantea la necesidad de ajustar lo que queremos decir a las capacidades de los niños, pero por sobre todo estar abiertos a escuchar lo que tienen que comunicarnos. La idea es que para enseñar, el profesor tiene que saber cómo aprende cada niño.
Por ejemplo, si a Claudia de primer año básico se le formula el siguiente problema: “El abuelo traía seis pedazos de torta y tu hermano mayor se comió dos, entonces ¿cuántos pedazos de torta quedan para ti?” La niña, sin dudarlo, responde “dos”. La profesora la corrige y le dice “piénsalo bien, te quedan cuatro”. A lo que Claudia responde muy segura de sí misma “no señorita, solo puedo comerme dos porque mi mamá siempre nos dice que tenemos que compartir todo por partes iguales. Así que tengo que guardar dos para mi hermano chico y solo puedo comer dos”.
Siempre es conveniente escuchar lo que los niños quieren decir, lo cual no siempre es tan explícito ni evidente.
Por ejemplo, cuando un niño pregunta “¿siempre me vas a querer?”, la pregunta implícita podría revelar un temor al abandono, como diciendo “ahora que nació mi hermanito tengo miedo de que me vayas a querer un poco menos”. Por ello, junto con asegurarle con mucho énfasis cuánto lo quieren sus padres, se podría agregar “y ahora tienes un hermanito que también te querrá mucho”.
Cuando un niño procesa —a juicio del adulto— una información en forma equivocada, es indispensable entender lo que hay detrás de ese error, en vez de etiquetarlo de antemano como un error. Este no es un proceso fácil, porque es necesario darse tiempo para escuchar a los niños, saber cuál es su mirada sobre el problema y el proceso de pensamiento que lo llevó a una determinada conclusión.