En Constantinopla (hoy Estambul), el refinamiento se ha acumulado desde hace casi 2.000 años. El palacio Topkapi es un ejemplo. La cocina, otro. El siglo XVIII europeo se maravilló con la cultura turca. Rondó “a la turca”, de Mozart (muchos otros compositores escribían también “a la turca”). Alexander Pope recoge la información de una viajera británica en Turquía, “destino” de moda: en el refinado harem del Gran Sultán la castidad de las mujeres imponía normas incluso al arte cibaria: no se les podía ofrecer pepinos, a menos que fuera estrictamente en rebanadas…
Bien trozadito llegó el pepino en el restorán Meze, en una ensalada que componía el ortayakarisik ($21.600), muestrario, para dos, de los principales fondos del lugar: una moussaka agradable —solamente agradable; quienes conocen la moussaka griega la encontrarán muy superior—; unas berenjenas rellenas con arroz y carne (el relleno, casi una papilla); una porción de cordero asado (lo más sabroso del plato); trozos de pollo al grill con puré de berenjenas (ahumadas; parecido al baba ganoush, pero ahumado); unas hamburguesas (croquetas) de carne, que probamos y dejamos (la carne no estaba suficientemente fresca…), y la susodicha ensalada de pepino con tomate y lechuga. Interesante muestra para conocer el estilo de esta cocina; pero sin relieve, sin picardía: sabores apagados. Los sabores refinados no tienen por qué estar como en sordina (cosa de que peca a veces la cocina francesa).
El local se autopresenta como “kitchen y bar”, y la iluminación es propia, más bien, de un bar donde los comensales no necesitan mucha luz para mirarse a los ojos y sorbetear cocteles; pero a uno le gusta ver con claridad el contenido del plato. Cosa más bien difícil aquí.
Las entradas fueron variopintas. Una, muy buena, fue de las consabidas hojas de parra rellenas ($5.750), delicadamente perfumadas con menta, y con una consistencia adecuadamente firme y blanda a la vez (en otras partes, estas hojas son rígidas y duras como munición de escopeta). Venían acompañadas de un potecito de yogur, sin aliño alguno. Sano, eso sí.
La otra entrada nos pareció perfectamente vitanda: bautizada como antepezme ($5.750), es una especie de pebre de tomate, otras hortalizas y hojas verdes, con algunos trozos picados de nuez (o algo semejante), unos granos de choclo, y una gran cantidad de ajo que no se apreció tanto en el momento mismo de la ingesta como después… “Disfrazado de verde venía el villano”, hubiera dicho nuestra gran Isabel La Católica, que detestaba el ajo en cualquier forma. A este puré, que venía acompañado de pan turco (especie de cruce entre naan indio y pan pita), hubo que agregarle buena cantidad de sal y de pimienta para saborizarlo.
Los postres ($6.250): muestrario de varios de los disponibles (baklava, otro de sémola y algún otro), aceptables.
Estacionamiento difícil. Servicio correcto. Precios convenientes. Iluminen más las mesas.
Manuel Montt 270, Providencia.