El prusiano Alexander von Humboldt habría cumplido 250 años el sábado. Su busto mira la Quinta Normal desde el frente del Museo Nacional de Historia Natural, en Santiago.
Un genio; y no solo por descubrir la corriente de Humboldt que baña Chile y Perú. Era un tipo raro, o único.
Podemos enumerar genios: Einstein, Aristóteles, Da Vinci, Curie, Darwin, Andrés Bello, Cervantes, Van Gogh, Beethoven, De Aquino, Kant, Claudio Arrau, Euclides, Gabriela Mistral, Ada Lovelace... y Humboldt.
Es posible atribuir la genialidad a sus conversaciones. Que sin el ambiente proevolución, Charles Darwin no habría concebido su teoría. Y, sin sus estudiantes de doctorado, Richard Feynman no habría aportado a la mecánica cuántica. Igualmente, si Humboldt no hubiera sido tan conversador, no habría hecho su gran contribución a la ciencia. ¿Será así?
Su contribución fue, según su biógrafa Andrea Wulf (“La invención de la naturaleza”) mirar la naturaleza, “dinámica, orgánica y resonante de vida”, en tiempos cuando la ciencia dividía, clasificaba, reducía a los componentes. Humboldt fue el gran precursor de la ecología (Wulf hablará en Puerto de Ideas, en Valparaíso). Science, el viernes, editorializó: “Él vio todo conectado”.
Humboldt prefirió siempre París: allí podía conversar con más científicos. Devoraba conocimientos: ciencias naturales y sociales, humanidades... No era de salón: era experimental, recorrió los Andes y la Rusia; anotaba y asociaba lo que descubría.
No dejaba hablar, ametrallaba sus descubrimientos. Pero, si Humboldt sabía que su visitante tenía algo que le podía servir, lo interrogaba.
Y pedía datos: el Dr. Carlos Sanhueza, de la U. de Chile, mostró la semana pasada, en el Museo Histórico, la carta que le envió Rodolfo Philippi (1808-1904) indicándole la isoterma (el punto donde no hay árboles) del volcán Osorno. La isoterma, su invención, es la línea de temperatura que asocia las cadenas montañosas del globo.
Fue el sabio de su época. Recibía 5 mil cartas al año. Su casa era destino de los principales del mundo. Fue amigo de Friedrich Schiller, Johann Wolfgang von Goethe, Simón Bolívar... Se influyeron recíprocamente en los datos y en la emoción.
El Dr. Sanhueza habla de la “empresa Humboldt”: recolección de datos para organizarlos en un todo. Pero se niega a definir si el genio nace; sí sabe que las conversaciones lo hacen.
Andrés Couve, ministro de Ciencia, comparó el último párrafo del “Origen de las especies”, de Darwin, con otro en “Visiones de la naturaleza”, de Humboldt. Recordó el jueves, en el Museo de Historia, que Darwin llevaba libros de Humboldt en el “Beagle”. Y habló de cómo el prusiano mostró su emocionalidad al contar.
Yo creo que se necesita una visión original, conflictiva a veces, que asocia ideas, las reúne en una teoría totalizadora. Zumban las conexiones cerebrales nutridas en el estudio, la conversación, la experiencia, el sufrimiento. Hay algo del genio que nace.
Humboldt murió en Berlín, de 89 años, el 6 de mayo de 1859. Sus últimas palabras fueron: “¡Qué gloriosos son esos rayos de sol! ¡Parecen un reclamo del Cielo a la Tierra!”. Poeta.