Las experiencias vividas en la infancia quedan archivadas en la memoria. Cuando el registro emocional es de experiencias adversas, no resulta fácil elaborarlas y menos aún obviarlas.
Le sucedió al escritor danés Karl Ove Knausgård, quien escribió una serie de libros autobiográficos, marcados por el rencor hacia el padre, derivado de su maltrato físico y autoritarismo.
La memorable frase final de su libro “La isla de la infancia”, da cuenta de ello:
“Cuando el camión de la mudanza se marchó y mis padres y yo nos metimos en el coche, bajamos la cuesta y cruzamos el puente, pensé con un alivio enorme que jamás volvería a ese lugar , que todo lo que veía lo estaba viendo por última vez. Que las casas que desaparecían a mis espaldas también desaparecerían de mi vida, y para siempre. Poco sabía yo que cada detalle de ese paisaje y cada ser humano que en él vivía estarían pegados a mi memoria, con precisión y exactitud, como una especie de oído absoluto de los recuerdos”.
Este libro transmite lo dolorosa que fue su infancia y su pubertad, cuando vivía asustado por las violentas reacciones del padre, una figura amenazante. Fue víctima de bullying por sus compañeros y la poca contención familiar que recibió, lleva a pensar en cómo estar atento a la manera en la que los niños van procesando las experiencias a las que están expuestos.
Otra escritora que comparte sus recuerdos es Susanna Tamaro.
En su libro “Más fuego, más viento” habla de sus frustraciones escolares, que ilustran lo poco apasionante que puede ser el aprendizaje para un niño: “Tenía siempre preguntas en la cabeza y esperaba que el colegio me ayudaría a encontrar respuestas. Pero a la felicidad ansiosa de los primeros días seguía siempre la desilusión. No era el lugar de la práctica del conocimiento, sino del aburrimiento y del terror. Se debían aprender pocas cosas y para nada interesantes. ¿Cuánto pastel me quedará si me como cuatro quintos? ¿Qué importancia podría tener? ¿Por qué tenía que aprender cosas tan complicadas para una simple merienda? Si alguien me hubiera dicho: ‘Sírvete seis octavos de pastel', simplemente habría contestado: ‘No tengo hambre, gracias'”.
Quizás tener la perspectiva de mirar con ojos de niño sus experiencias nos ayudaría a establecer vínculos que dejen una huella positiva en su memoria emocional.