En medio de la abundancia de aciertos que exhibe el nuevo restorán “La Dicha” y que lo hacen muy recomendable, hay una notable ausencia, una herida de las que, si no son atendidas, pueden llegar a ser letales. Expliquémonos: “La Dicha” ofrece una cocina de calidad, pero una que se podría comer en cualquier parte del mundo. No hay en ella prácticamente nada que diga que estamos en Chile. Uno de los platos excelentes que catamos fue un “cochinillo” (como se ve, término muy propio nuestro…) que nos recordó otro que comimos una vez en Lima, quizá tan bueno como este. La pregunta del millón: ¿se puede vivir en perpetua fuga de sí mismo? Ser apátrida, no pertenecer a rincón alguno de ese mundo ancho y ajeno, no tener un shire (
if you know what I mean) al cual regresar… ¿es eso verdaderamente la dicha?
En ese plato de “cochinillo”, delicioso, cambiaríamos el nombre: ¿no podría llamarse “asado de chancho”, por ejemplo (que es lo que, efectivamente, es?). Donde nuestro abuelo, la Herminia hacía unos asados casi iguales que este, pero tenían toque chileno porque ella era de Batuco. Ahí está el quid, Usía: comer sin que uno se acuerde de nada es digno de un gato, no de un ser humano. El extranjero que coma en “La Dicha”, ¿asociará con Chile algo de lo que ahí conozca? ¿No tendremos (¡válganos!) absolutamente ninguna particularidad que pueda distinguirnos de la universalidad (hoy habría que decir “globalidad”)? Y conste que en el mismo lugar donde está “La Dicha” hay un restorán peruano y otro francés que rezuman, que proclaman, que gritan originalidad cultural y geográfica. No estamos pidiendo “cocina criolla” (con su consabido muestrario de cocina huasa —arrollados, empanadas, chupes—), sino cocina que exhiba, bien pensado y trabajado, lo que podría llamarse “estilo” chileno. Quizá no hay mucho. Quizá “nos da cosa” reconocerlo. Peor: quizá no nos gusta por no ser igual que el francés, o el neoyorquino… ¡Qué ejemplo el del Perú, que se muestra tal cual es!
Tampoco se trata de inventar una cocina “chilena” basándose en ingredientes (los mismos que se usan en toda América) o en hierbajos “endémicos”. En fin: Sapienti sat!, “al buen entendedor, pocas palabras”.
Dicho lo cual (no es menor), repitamos que comimos bien. Excelentes los rollitos vietnamitas de verduras con salsas (maní y nikkei) ($8.000); deliciosas las gyosas de carne de chancho picada (como en las empanadas de carne picada) “pasadas” por salsa unagi (como las sopaipillas pasadas) ($8.000). Ya alabamos el “cochinillo” ($14.000). El mero con puré de pallares, salsa mirin, cebollas y arándanos ($14.000), también gran plato. Y los postres, buenos: uno disfrazado de tiramisú, sin serlo (“inspirado” en él) ($6.500) y un interesante “crocante de peras” ($4.500).
Pero falta que digan: “Estamos en Chile, comemos a la chilena y no nos avergonzamos”. Buena atención. Estacionamiento en subterráneo.
Alonso de Córdova 4355 local 202, Vitacura. 228990031.