Resuena el escándalo de las farmacéuticas en EE.UU. que producen ciertos medicamentos fuertes contra el dolor. Atenuaron ante el público su peor efecto: causan adicción.
Ha sido horrible para todos.
Horrible reconocer la crueldad. Horrible seguir los casos de los adictos, miles. Muchos, derivando su adicción hacia la heroína.
Horrible, la ruptura de confianzas.
Estas entidades, como Purdue Pharma, de la hoy desprestigiadísima familia Sackler, han sido acusadas de contratar a laboratorios y a médicos, a instituciones públicas y privadas, a publicaciones y periodistas, para predicar la bondad de sus drogas y sobre su “virtual no adictividad”.
Leo de los juicios. Johnson & Johnson apeló a una condena por US$ 572 millones. El Louvre ya sacó el apellido Sackler del ala donada por esa familia. El New York Times publicó que Purdue Pharma podría declararse en quiebra para pagar más de US$ 10 mil millones a los querellantes y luego donar al combate de adicciones; The Economist lo confirmó.
Antes de todo esto, yo, periodista, ¿habría sido cómplice?
Imagino a mis colegas: invitados a un congreso en Aruba sobre manejo del dolor. La mayoría de los asistentes, médicos. Sólidos oradores, carpetas relucientes, con trabajos científicos. Un concierto de Broadway. Estadísticas. Testimonios de enfermos, hoy sanos.
Yo, ante tal avalancha, habría enganchado. Habría escrito sobre el tratamiento, citado los trabajos científicos, formado parte del engranaje.
A uno lo dejan libre, le respetan la independencia, le dicen.
Y, ¿tiene uno las competencias suficientes como para plantarse ante tamaña máquina? Las tiene. Ni uno, ni los médicos, ni los químicos farmacéuticos, ni los vendedores, podemos sentirnos inocentes. Podemos chequear, consultar otras fuentes, discutir.
Me siento horrible. Yo he caído en eso, fuera de la medicina, en tecnología.
He caído frente a Steve Jobs, ahí de pie hablando maravillosamente adelante mío sobre un iMac. O ante Bill Gates, y su Windows XL, o en visitas a los más complejos centros automáticos de producción de equipos. O probando una marca de automóvil nuevo por el desierto del Sinaí.
Mi honradez es mi aval, soy independiente, me decía; vivo de un sueldo promedio que es mi libertad, un verdadero periodista no hace publicidad. Sé preguntar, pregunto.
Ahora, después de estos reportajes, me duele. Qué fácil resulta integrar ingenuo una máquina de mercadeo.
Me siento horrible ante la fragilidad de las confianzas.
Quiero pensar que discriminé bien. Que cuando alabé, impulsé a los lectores a lo nuevo. Pero ¿qué habría hecho ante el dolor? Me duele el dolo con el dolor.
Pagarán los declarados culpables, tal vez. Las víctimas, difícilmente serán recompensadas.
Lamentablemente, la investigación científica sobre el dolor va a sufrir.
Multipharma, pariente de Purdue Pharma en América Latina, andará con cuidado. Los periodistas deberemos volver a recitar la ética. Afortunadamente, nos la enseñan otros colegas que investigaron a fondo.
Igual, el dolo es horrible.