James Dimon —gerente general de JP Morgan Chase— causó enorme impacto con su declaración —junto a 181 miembros del influyente grupo Business Roundtable— de que maximizar la ganancia de los accionistas no podía ser el único propósito de una compañía. Que era una mirada estrecha y que había que incorporar a todos los actores dentro de la misión del negocio.
Voces críticas ya se han alzado frente a esta provocadora decisión del club de los CEO más potentes, cuestionando este cambio de rumbo. ¿Quién salvaría ahora a los accionistas, si estos “iluminados” ejecutivos estaban más interesados por otras agendas, ajenas a las de los propietarios? Pero resulta que lo que Dimon y sus colegas están impulsando es una demostración más del avance del concepto de “liderazgo responsable” en el mundo. Este plantea justamente que hay que tomar en cuenta a los múltiples stakeholders dentro de las decisiones de negocios: los empleados, los clientes, las comunidades, la sociedad y las futuras generaciones. Teoría nada de reciente, pues fue Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial de Davos, quien planteó la idea hace casi 50 años, como la piedra fundacional de esta organización, que reúne en los Alpes suizos cada mes de enero a los máximos exponentes del poder político y económico del mundo.
La novedad es que ahora se la esté considerando tan en serio como lo plantea Business Roundtable. Los graves problemas del mundo actual, especialmente la catástrofe climática que estamos viviendo, ponen de relieve no solo la bondad de un modelo de liderazgo como este, sino su urgente necesidad. Los líderes actuales, simplemente, no han dado el ancho para enfrentar un problema del que nos han advertido con vehemencia y por décadas científicos y medioambientalistas, y que ahora vivimos con horror cotidiano. Para detener los incendios, huracanes, olas de calor o de frío, sequías, contaminación del mar y extinción masiva de especies, se requiere de la fuerza de hombres y mujeres que piensen distinto y que decidan que sus empresas no pueden realmente satisfacer a los accionistas si no las transforman en agentes de cambio, que quieran que cada día, gracias su trabajo colectivo y cotidiano, el país y el mundo sean un mejor lugar. Pareciera que ya pasó la hora de contentarse solo con el trabajo de los departamentos de Responsabilidad Social Empresarial —RSE— en las compañías. Es el momento de que ellas encarnen el cambio en la totalidad de su operación, con decisiones reales y difíciles.