Ante el anuncio de una acusación constitucional, la ministra vocera reaccionó injuriando. Lo que podría haberse explicado como un error, se transformó en un hecho mayor cuando el Presidente salió a respaldar sus palabras. Esa decisión no es baladí y merece una explicación que sigue pendiente.
Pero ¿es que acaso la oposición no está victimizándose, tratando de sacar ventajas de un lapsus comunicacional del Gobierno? ¿No era que la política era sin llorar? ¿Qué debiera importarnos una pelea más entre políticos?
La forma en que deliberamos es tan vital a la democracia como los procesos electorales. La democracia no consiste ni sobrevive si se vive como una confrontación de egos, o siquiera de voluntades que resuelve periódicamente el electorado y donde, de ahí en más, la mayoría se impone y la minoría critica. En democracia, las diferencias no se resuelven sin antes dar y recibir razones.
La democracia proscribe la arbitrariedad y por ello exige que todo acto formal de poder político exprese sus razones y que las decisiones más importantes, las leyes, se debatan previa y públicamente en el Congreso. Cada mandatario popular debe comprometer un juicio acerca de los cambios en la vida de las personas que acarreará la propuesta que promueve, respalda o critica. De ello se hace políticamente responsable.
La deliberación democrática requiere de la confrontación de las razones por los cuales resulta oportuno o conveniente adoptar o no una determinada medida. Debatir esas razones, e incluso descalificar las del otro, hace más improbable dictar malas leyes. Al rebatir las razones del otro, ese otro es considerado como un igual. Deliberar es un acto de consideración mutua entre quienes se tienen como personas de igual dignidad. El resto somos audiencia, pero también opinión pública, juez supremo de ese debate. La rudeza del debate no empobrece la democracia, la vitaliza, ayuda a evitar malas políticas y, finalmente, permite un voto informado.
La deliberación puede corromperse de los más diversos modos: Cuando se centra más en los principios que inspiran una política que en sus resultados previsibles; cuando se eluden u oscurecen los efectos probables de la política en debate sobre la base de demonizar la realidad que se quiere cambiar, cegándose a ver que lo que está mal puede devenir en peor; cuando se sustituyen las razones por consignas, negándose a ver la complejidad de la realidad o los efectos secundarios de la medida en debate. Sobrarían los ejemplos de cada especie en los últimos años.
La ministra vocera escogió la peor de las formas de corromper el debate político. En vez de atacar la acusación constitucional como infundada, injusta, frívola o hasta torcida, decidió atacar a quienes la promueven, haciendo una acusación al bulto y ofensiva. El Presidente le añadió el cinismo, pretendiendo que se trataba de una inocente pregunta que debía ser contestada y no de un ataque tan grueso, que era imposible de responderlo derechamente. Este lenguaje del Gobierno no es solo un modo de eludir el debate acerca de una propuesta (la acusación constitucional) sobre la base de un ataque personal a quienes la promueven; se trata también del argumento menos democrático imaginable, pues afirma que lo que el otro proponga es indigno de consideración por provenir de él, un malo (uno asociado al narcotráfico), de alguien que no está a la altura de la igual consideración que nos debemos en democracia.
Es pretender inclinar la balanza de las razones sobre la base de afirmar que unos, los puros, son mejores que otros, los impuros. En democracia, la igual consideración es tan vital como la igualdad del voto. Para colmo, la frase encierra a la política en sí misma, en una disputa que la gente desprecia por interesar solo a los políticos.
Si Chile tiene el desarrollo, la estabilidad y la paz social que tiene, no se debe tanto a sus riquezas naturales, la laboriosidad o la inventiva de su pueblo. Buena parte de las razones por las que podemos llevar una mejor vida radica en la calidad de nuestras leyes y políticas públicas. Pero esas no se dan por azar ni florecen en ambientes políticos tóxicos. El desarrollo y la solidez institucional descansan en la calidad de la deliberación política. El Gobierno y el Presidente incurrieron esta semana en un acto altamente irresponsable y es bueno entonces que continúen los gestos para indicar que solo se trató de un exabrupto.