“Animales invisibles”, bajo la dirección y dramaturgia de Pilar Ronderos e Ítalo Gallardo, es un montaje entrañable, triste y único. Por primera vez en la historia del teatro son los técnicos quienes protagonizan la historia y pasan desde el “tras bambalinas” al proscenio. Sabemos que detrás de toda obra hay una maquinaria impulsada por un equipo de personas que el público desconoce, pero que son imprescindibles para que el hecho teatral suceda. Esta pieza permite conocer y escuchar el testimonio de vida de los encargados de las luces, el sistema eléctrico, la utilería, los horarios y el diseño escenográfico. Todos trabajos cruciales, y que tienen la paradoja de, entre mejor realizados, más invisibles son para el espectador creando la ilusión de que todo fluye casi por magia.
La obra tiene dos partes. Primero, consiste en una visita guiada por la actriz Nicole Waak, por los camarines subterráneos del Teatro Nacional Antonio Varas para entrar en grupos de cinco personas a los distintos cuartos. Allí, el espejo del camarín se transforma en una pantalla holográfica que proyecta la imagen fantasmal de uno de los técnicos. Además, de las voces podemos seguir la materialidad de su oficio, con la presencia de libretas, utilería, uniforme, amuletos. Se encuentran valiosas hojas de ruta que han acompañado a tantos espectáculos marcando entradas y salidas de efectos o música. Es interesante el recorrido subterráneo, cruzar el foyer que ha recibido al público desde su apertura en 1954, cruzar el escenario donde se han presentado emblemáticos montajes.
La segunda parte, luego de sentarnos en las butacas, que están reservadas con los nombres de importantes dramaturgos y directores, es para escucharlos. Alrededor de una mesa se organiza este equipo de técnicos (Willy Ganga, Silvio Meier, Fernando Boudon, Carlos Moncada, Camilo Retamal, Sebastián Chávez, Joaquín Riquelme) para compartir recuerdos y discutir visiones. Algunos de ellos llevan 40 años ahí, otros son nuevos. La mayoría de ellos ha sido testigo de las diferentes épocas de Chile, reflejadas en la escena local —dictadura, transición y democracia— con sus presidentes y momentos cívicos.
Además, han sido los primeros espectadores de los aciertos y desaciertos de cientos de montajes que han pasado por ese histórico escenario. Aparecen anécdotas de “Mama Rosa” de Eduardo Debesa, o recuerdan la grandeza de actrices como Anita Reeves, Ana González, Malú Gatica. O bien, recapitulan los maltratos de un director reclutado por la dictadura, o los arrebatos caprichosos de otro.
A su vez, han visto de cerca la decadencia de la cultura, han transitado desde la época dorada de los teatros universitarios, con presupuestos generosos y elencos estables, a ser parte de una sala precarizada bajo la amenaza de convertirse en un centro de convenciones.
La compañía La Laura Palmer viene haciendo un trabajo consistente y original, y con este montaje, termina de sedimentar su poética basada en el teatro documental para indagar con rigor y emoción en biografías propias como de otros. En su exploración logran integrar la biografía, el documento y testimonio como un motor dramatúrgico. Ya lo hicieron en sus obras “Los que vinieron antes” (con los abuelos de Ítalo Gallardo en escena como reflexión de la herencia), o la entrañable “Hija de tigre” (una composición sobre la paternidad en Chile), y la notable “Esto (no) es un testamento” (2017), que subió a escena la historia del grupo Ictus en la voz de sus integrantes históricos. La dupla conformada por Ítalo Gallardo y Pilar Ronderos, responsables de dramaturgia y dirección, logran textos sustanciosos con recursos audiovisuales eficaces. Asimismo, saben sumar a otros artistas de acuerdo al proyecto en marcha.
En este caso, logran una performance documental e instalativa protagonizada por los técnicos del Teatro Nacional Chileno. Además, presionan la tecla del teatro político, ese que pregunta: “¿Puede el subalterno hablar?”. Acá los trabajadores, anónimos y desvalorizados, del mundo teatral se paran en el escenario y entregan su visión del mundo y sus reivindicaciones. Denuncian, lo que ocurre en muchas áreas, la precariedad laboral, los bajos sueldos, la invisibilidad, los horarios extenuantes, el maltrato de los superiores. Pero también, hay espacio para relatar la especificidad de su rol, la dignidad y dedicación al oficio, la vocación familiar que se hereda. Y, claro, se despierta la pregunta por los engranajes, tan pocos reconocidos pero fundamentales, en otras áreas, labores y procesos.
Este mes la compañía La Laura Palmer está a dos bandas, se encuentran montando “Exhumación: ensayo performativo sobre Isidora Aguirre”, un montaje que a partir de la vida y obra de esta escritora y dramaturga chilena, cuestiona conceptos como el éxito en las artes escénicas y la masculinidad que predomina en este medio. De esta forma, se explora la figura y materialidad de Isidora Aguirre, en su centenario, intentando hacer presente a la destacada dramaturga, pero sin ella, escarbando en los restos que quedaron sepultados debajo de la obra que todos recuerdan, “La pérgola de las flores”. Y, también, despertando interrogantes entre el público: ¿Qué hace que una obra se transforme en clásico? ¿Es posible hacer una obra que invite a la acción política en el contexto de hoy?
“Animales invisibles” es una original puesta en escena con la potencia de ser un rescate y un justo, y necesario, homenaje para aquellos trabajadores que completan el fenómeno teatral. Como siempre cruzan realidad y ficción a partir de archivos, documentos y biografías con un resultado formidable. La compañía La Laura Palmer nos sorprende con un trabajo sólido y emotivo, al poner en tensión la versión oficial del teatro desde sus historias anónimas.