La poesía de Virgilio Rodríguez, que no se brinda de buenas a primeras lecturas, en parte por circunstancias exógenas a la obra, no es lo suficientemente conocida por los lectores y se le suele situar con poca justicia en el panorama de la poesía chilena contemporánea. Es lo que la publicación de
Lo real de otra manera. Poesía reunida. 1964-2018 está convocando a cambiar.
Rodríguez ha logrado, publicando desde 1964 hasta la fecha, reunir una obra poética consistente que, aunque con variantes y deslizamientos tonales, es “una”, ya que obedece a un mismo designio que se fue desplegando en el tiempo y alcanzado una buena calidad pareja en altura y con no pocos puntos de notoria brillantez. Rodríguez se entronca con un grupo de poetas viñamarinos —que se diferencia claramente del porteño— que, en sí mismo, ocupa un lugar excéntrico en el campo literario chileno, excentricidad que se acentúa en el caso de Virgilio Rodríguez, cuyo itinerario no se ciñe a ninguna de las rutas probadas para tener acceso al centro santiaguino.
Esta soledad relativa tiene su fondo en la opción persistente por un lenguaje poético arriesgado concordante con el empeño, propio de la poesía según el autor, de añadir a la vida una perspectiva que muestra la otra manera de la realidad. A esta comprensión de la poesía aluden el título del libro y los dos textos que la prologan. No es que Rodríguez piense en develar “otra realidad” que yacería invisible en un más allá de esta; no tampoco que la realidad cotidiana sea en sí misma pobre, ilusoria y débil, y le toque al poeta acercarnos a otra distinta oculta y prometida. Rodríguez le asigna a la poesía proponer una visión de la realidad que dispute el dominio prevaleciente de otra mirada —que es también el de un lenguaje— que dispone la realidad de un modo que parece ser el único, natural y razonable. La poesía de Rodríguez es crítica, celebratoria y hermenéutica. Su resistencia a ceder ante “la prosa del mundo” la hace alzarse en un borde peligroso, en el cual el lenguaje puede cobrar una autonomía frente a lo real que rompe el contacto con este, y el lector acaso se perciba a sí mismo sobre un vacío hecho de palabras. Rodríguez se asienta bien en esa frontera y es certero en ir dibujando ese ojo que ve de otro modo. La primera lectura de sus versos genera una perplejidad vívida y anhelante, ya que siempre quedan dando vueltas en la cabeza del lector alusiones a algo esencial, y tocado de modo esencial por su poesía, algo muy próximo, pero que aquella mirada prosaica deja fuera y ofusca. Esa perplejidad empuja a leer el poema una y otra vez, porque la segunda y la tercera lectura prometen ir acercando a esa “otra manera”, que la primera lectura incita y despierta. Cabe pensar, al leer la poesía de Virgilio Rodríguez, en si ese diálogo, ese viaje que se reitera inagotable pero no se concluye, no sea sino la forma de leer poesía.
La “otra manera” pide “otro lenguaje” que, en Rodríguez, es un lenguaje enrarecido y límpido a la vez, que aparta del modo adocenado y unidimensional de concebir la realidad, pero que no rompe con ese lenguaje, sino que fluye con pulcritud en medio de su extrañeza. Así, se equilibra sin titubeos en unos quiebres, pliegues, pasadizos y combinaciones del habla desde los cuales manda señales luminosas que muestran otra manera de experimentar lo que nos acaece en la cercanía, como si sus versos funcionaran prismas. Ese asentamiento en un límite resbaladizo también reclamando un lector y una lectura atenta y atrevida.
El poema “El Largo Viaje”, que dice: “Mi pasado/ cada vez más grande/ que el futuro/ me entrega la alegría/ de haberme asentado a bordo/ más tiempo del que vendrá./ El itinerario del largo viaje lo observó y meditó en su estela/ y la sorpresa de lo nuevo aparece cuando lo conjunto/ a lo ya visto./ Memoria,/ desde el comienzo/ viniendo a mí/ como un navío que me quiere alcanzar/ cuando me envuelvas/ en tu dimensión de imágenes y sensaciones/ abrúmame de vida pasada/ hasta que me toque/ caminar por el tablón”.
Este bellísimo poema —como hay otros numerosos— en que la imagen de la contemplación del pasado bajo la forma de una estela culmina en una bellísima invocación a la memoria cuando apremia la sensación de la proximidad de la muerte y el estrechamiento del futuro, es un ejemplo de su poderosa poética reverberante y transfiguradora.
Su poesía reunida en este volumen es un aporte necesario al conocimiento del estado plural de nuestra poesía, capaz de contener voces y tradiciones muy diversas que amplían y enriquecen nuestro oído, nuestra visión y la manera del aparecer de las cosas.