Un susto puede ser una medicina política saludable, siempre que no se transforme en pesimismo. Los sustos nos hacen más precavidos y son un antídoto contra la arrogancia. El pesimismo, en cambio, paraliza y quita la imaginación, que es un elemento fundamental para que un proyecto político sea viable.
Los resultados de las recientes primarias argentinas han traído una ola adicional de pesimismo a nuestras tierras. Si uno quiere ser pesimista está en su derecho y no le faltarán motivos. Sin embargo, no resulta sensato adoptar un semblante sombrío por las razones equivocadas.
Los errores de Macri son abundantes, pero de ellos no se deriva de modo automático que a nosotros nos espere un destino semejante. Son unos errores muy suyos, que no podemos extrapolar a nuestra realidad de modo precipitado.
El primero de ellos consiste en no haberle dicho la verdad al país con toda claridad. Pensó que Argentina era como esos enfermos a quienes no se les puede contar la firme, porque les daría un infarto. En el fondo, desconfió de la madurez y sentido cívico de sus compatriotas; no se atrevió a llamarlos al sacrificio después del desastre kirchnerista. Sin una épica de “sangre, sudor y lágrimas”, resulta imposible que la gente entienda que tendrá que ajustarse el cinturón, y cuando esto suceda culparán al gobierno.
En segundo lugar, no tomó las medidas dolorosas en el momento oportuno. Era un juego peligroso, pero la gradualidad elegida tampoco estaba exenta de riesgos; de hecho, siempre ha fracasado en Argentina, como le advirtieron López y Murphy y otros economistas. Al final, quedó en el peor de los escenarios. Aumentó la deuda pública, creció la inflación y experimentó los males habituales en la política y economía transandinas sin tener los beneficios de la demagogia.
Como ha dicho uno de sus críticos, llevó a cabo un “kirchnerismo de buenos modales”, sin cambiar radicalmente el modelo. Macri no calzó con la época: habría sido el hombre perfecto para suceder a quien hiciera el trabajo doloroso, pero carecía de la firmeza y claridad para llevar él mismo a cabo la transformación requerida.
Para colmo, al no poner en el equipo económico a la gente adecuada, se echó sobre sus hombros la tarea de manejar la economía de acuerdo con sus personales intuiciones desarrollistas. Y no le resultó.
Otro error de Macri fue despreciar a Cristina. Pensó que no convenía impulsar en exceso los procesos judiciales en su contra, porque eso la transformaría en una víctima. Parece haber creído que le convenía que ella fuese su rival. No contaba con la astucia de la Sra. K, que en una jugada maestra se conformó con una modesta vicepresidencia. Así mantuvo su tercio de votantes seguros y agregó a los descontentos de Macri con el simple expediente de poner a su lado a una cara menos odiosa que la suya.
También menospreció a su electorado más conservador. Nadie ignora que él se ha comprado buena parte de la agenda progresista; pero desde un punto de vista político, su problema no está ahí. Su error (que podría repetirse en Chile) reside en creer que socialcristianos y conservadores son un electorado cautivo y que no importa su descontento. Se equivoca doblemente, porque no son unos votantes seguros y además en casi todos los países tienen la virtud de mojar la camiseta y conseguir a otros votantes si uno les garantiza algunos mínimos que no implican grandes costos electorales.
Ahora bien, las equivocaciones anteriores, aunque graves, no fueron las mayores, porque el hecho de que un presidente se sorprenda cuando su rival le saca una diferencia del 15% es una señal de que está en las nubes, que no sabe interpretar lo que sucede en su propia sociedad.
¿Significa lo anterior que los chilenos podemos estar tranquilos o que el gobierno de Sebastián Piñera tiene garantizada la continuidad? En ningún caso. Hay buenos motivos para mirar con temor la situación argentina. Resulta casi imposible que en octubre Macri remonte la diferencia sideral de estas primarias, y menos cuando su reacción natural ha sido adoptar medidas demagógicas que mañana dañarán al país y que hoy lo desprestigian y fortalecen la posición de Cristina. Congeló el precio de los combustibles, “para aliviar el bolsillo de muchos argentinos”. ¿Por qué no lo hizo antes, si era tan buena idea? Con suerte llegará a diciembre como el primer presidente no peronista desde 1928 que logra terminar su mandato.
Un gobierno kirchnerista en Argentina traerá consecuencias negativas para nuestro país: fomentará las ambiciones de la izquierda menos razonable, creará un clima surrealista que no nos conviene y hará que se culpe a la economía libre de unos males que en realidad causó el estatismo.
Si algún error puede imputarse a Piñera en esta materia no es haber incurrido en los mismos fallos de su colega. Al revés, su falta estuvo en no marcar oportunamente las infinitas diferencias que existen entre Chile Vamos y el macrismo, entre sus políticas de gobierno y las del presidente argentino. Así habría quedado claro desde un comienzo que él no tiene por qué cargar con los errores de Macri y los chilenos estaríamos buscando otras causas para nuestro habitual pesimismo.