Ambientada a fines de los sesenta en un conflictivo Estados Unidos, cuenta la historia de un grupo de preadolescentes enfrentados a un horror impredecible: un libro de historias terroríficas que se hacen reales, invocando una galería de monstruos que parecen ser imposibles de derrotar. Dirigida por André Øvredal (“La morgue”), es un muy buen ejercicio de terror juvenil, sin mucha violencia explícita y con ganas de ser franquicia. Lamentablemente el misterio troncal no da para tanto, el ritmo es un despelote y la mezcla de influencias son muy poco enmascaradas, desde “Escalofríos” hasta “Destino final”, pasando por “El aro” e incluso las “Pesadilla” de Freddy Krueger. Y si bien no tiene un solo fotograma de originalidad, excepto quizás en el diseño de sus criaturas muy “marca registrada” del productor Guillermo del Toro, la película tiene algo de nobleza en su poca ambición, en la construcción de personajes y en el mensaje de que las historias pueden llegar a sanar. Con todo, un buen rato que para los más avezados espectadores resultará en una experiencia correcta pero olvidable.
“Scary stories to tell in the dark”. EE.UU., Canadá, 2019. 111 min., todo espectador.