Impresionante restorán: no hay rincón ni milímetro de paredes que no esté lleno de reproducciones de armas vikingas. Y, para más bonito, en una pantalla se proyectan escenas de la serie “Vikingos” de Netflix. Nos dicen que el propietario poseía también el “Ocean Pacific's”, incendiado hace algún tiempo, decorado con igual ferocidad. Los meseros están disfrazados, y se oyen aullidos y golpes de armas. En fin. Harta diversión para los niños. Vamos ahora a lo nuestro.
La simpática vikinga colombiana nos dice “Guerreros, aquí está su mesa”, y trae una carta algo confusa, con algunos platos con impronunciables nombres “vikingos”. Pero no crea Usía que es cocina danesa o sueca o siquiera vagamente escandinava, cosa que hubiera sido muy interesante: no. No espere encontrarse con un “smörgasbord” ni un “gravlax”. Lo que se ofrece a los “guerreros” es de lo más chileno. Y partimos agradeciendo un competente chupe de jaiba ($9.900), quizá un poquito, poquito cargado al pan, pero muy sabroso. Y el tártaro “de Ull” ($10.800), más evocativo de barbaries boreales, nos pareció estupendamente bien sazonado (un plato notable, en realidad), con sus tostadas como debe ser.
En la carta hay gran cantidad (como era de esperarse) de pescados, y elegimos una “merluza de Vili” a la parrilla ($12.850). La preparación consiste en una merluza entera rellena con tocino, queso y tomate (gracias al cielo sin chorizo, que lo desequilibra todo), presentada en una parrilla para pescado tipo “cancato” sobre una gran bandeja de loza junto con hortalizas competentemente grilladas, todo cubierto con salsa blanca (se la vertieron encima antes de gritar “agua va”): Usía se preguntará cómo explicar cosa tan heterogénea. No hay mucho cómo. Pero el conjunto tiene su atractivo, espoleado por la sorpresa. ¿Lo comeríamos de nuevo? Quizá no; pero fue simpático haberlo conocido.
El otro fondo fue un “jabalí de Vali” ($19.900) acompañado por polenta frita muy bien hecha (cosa rara en Santiago). El plato es enorme (de ahí, imaginamos, su precio: comen dos abundantemente). Ahora, recordamos experiencias con este chancho salvaje en que el brutal sabor venía más o menos domado por largas marinaciones, que dejan en la carne una inconfundible huella organoléptica. Aquí nuestro chancho fue absolutamente pacífico (y recocido), sin mucha traza de haber aterrorizado vikingos en los bosques australes de donde, nos dijeron, provenía, cubierto por una muy burguesa salsa de champiñones a la crema. El “guerrero” queda impactado, esta vez por el tamaño del plato.
De postre pedimos una “esfera de Sjöfn”, postre limonoso. No había. Nos fuimos por un descomunal trozo de torta de chocolate, absolutamente sin interés, “bien mojadita” (así le gusta al “chilensis”) y una “deconstrucción de tiramisú”: aceptable pero, de tiramisú, nada.
Creemos que el esfuerzo decorativo justificaría otro por dar a conocer la cocina escandinava, que en Santiago brilla por su ausencia, y que es sencilla y de gran calidad.
Cumming 174. 968317281.