Sabemos que el desarrollo de la empatía es fundamental para el establecimiento de buenas relaciones interpersonales, el bienestar personal, y para que los niños y los adolescentes ayuden a construir un clima social, familiar y escolar, que favorezca la convivencia. Siegel y Payne, en su excelente libro para padres “El cerebro afirmativo” (2018), se refieren al “Diamante de la empatía”, que incluye cinco facetas:
Toma de perspectiva: ver el mundo a través de los ojos de otro; Resonancia emocional: sentir lo que otro siente; Empatía cognitiva: comprender o captar intelectualmente la experiencia de otra persona; Empatía compasiva: notar el sufrimiento de otro y querer reducirlo; Alegría empática: deleitarse con la felicidad, los logros y el bienestar de otro.
La empatía se desarrolla a través de la mirada, del contacto visual, lo que se ha llamado “ojo a ojo”, que es fundamental para estimular las neuronas espejo. Esta es una de las razones por las que se ha atribuido la disminución de la empatía al uso excesivo de los dispositivos electrónicos, que disminuyen significativamente el intercambio visual de los niños con quienes los rodean.
Otro mecanismo decisivo para el desarrollo de una conducta empática en la niñez y en la adolescencia es el aprendizaje por modelo. Si los niños y los jóvenes tienen la posibilidad de observar conductas empáticas a su alrededor irán introyectando un modelo que les permitirá desarrollar las diferentes facetas de la empatía. Por ejemplo, padres que atienden y buscan aliviar el sufrimiento de otros son un referente en relación a la empatía compasiva; colegios que hacen foros con sus alumnos en relación a diferentes temas, promueven en forma significativa la toma de perspectiva y la empatía cognitiva. Eventos tan simples como la celebración de cumpleaños y aniversarios promueven la alegría compasiva. Cuando los niños tienen la oportunidad de preguntarse qué haría feliz a un hermano en el día de su cumpleaños, están dirigiendo su atención a lo que puede hacer la felicidad de otros. Y por supuesto el cine y la lectura, junto con otras prácticas culturales, favorecen la resonancia emocional. Los personajes de libros y películas producen un fuerte impacto emocional. Verbalizar los sentimientos y emociones va entregando un lenguaje empático. Un niño que siente que sus padres lo comprenden empáticamente está mejor preparado para relacionarse de esa misma manera con su entorno.