Se aplica aquí plenamente este viejo adagio: el “Niki” de Borde Río nos atrajo por la mención que hace su página web del nombre del chef José Ozaki; pero había “letra chica”: Ozaki, cuyo evidente talento y excelente mano conocimos hace algunos años, ha “diseñado” la carta, lo cual no significa —ajá— que él esté en la cocina, ni siquiera que esté ahí mirando lo que ocurre. No, según nos explicaron, visita el lugar muy de vez en cuando. Y eso sería todo.
El resultado de este “contigo a la distancia” está a la vista. Partamos por lo primero, la calidad del servicio, porque uno la experimenta desde antes de llegar los platos: aunque las personas son amables, carecen claramente de un elemental entrenamiento en este punto, que ha sido siempre uno de los más débiles en estas riberas mapochinas. Era de verse el cuidado con que nos escanciaban el vino en la copa hasta el mismísimo borde, a un tris de derramarse: con qué cuidado y firmeza de pulso… Pedimos cubiertos en varias oportunidades y nos fueron entregados, “cálidamente”, en la mano. Tuvimos que pedir salsa soya ya con los platos adelante, porque los orientales cuenquitos seguían vacíos. Ponerla, en restorán oriental corriente, debiera ser algo tan elemental y mecánicamente hecho como traer pan y mantequilla en uno occidental. Finalmente, existe una carta de postres sorprendentemente larga (unos 17 o más), pero pudimos observar que venían del restorán de al lado: “es que el dueño del restorán de al lado lo es también de este…”.
Teníamos el recuerdo de unos makis excepcionales de este chef. Y aquí fueron lo que alivió la comida, con su rasgo inconfundiblemente nikkei, que es lo que se espera de un lugar como este: probamos los “huanca maki” ($8.400, 10 porciones), hechos con camarones y palta, tempurizados (rica crocancia) y salsa huancaína (poquita, poquita; apenas podía paladearse, aunque es lo que lo atrae a uno). Y luego, unos “hanedamaki” ($8.600, 10 unidades), de anguila, camarón y salsa “haneda” (mayonesa -toque nikkei-, masago y siracha). Correctos, agradables.
La “shefu no torei” (“fuente del chef”; $22.700, para dos, con elección de un maki en 10 porciones) con que partimos es un pequeño muestrario de las existencias: vienen ahí algunos nigiris (bien hechos), algunos makis y sachimis (aquí el mérito es del pescado, dicho sea con perdón). Según lo que ahí ve, escoge uno después con mayor —no mucho mayor— conocimiento de causa.
Catamos también un “tiradito mixto” ($10.800) en que venían novedosas —y gruesecitas— rebanadas de locos, el infaltable pulpo, camarones y calamares. Algunas cosas tibias, otras frías. Agradable también.
Punto astronómicamente negro, hoyo negro: la sopa ramen ($8.900), intragable (salvo el huevo pochado). Fue devuelta. Los postres, vaya a comerlos al restorán vecino. P.S.: el baño también está en el restorán de al lado.
Av. Monseñor Escrivá de Balaguer 6400, Vitacura. Borde Río. 222180216.