Por circunstancias de la vida o por elección, cada día más mujeres enfrentan sin pareja el cuidado y la educación de los hijos. No es una tarea fácil. Muchas veces ellas deben multiplicarse para trabajar, ya que deben proveer las necesidades económicas de los hijos, cuidar uno o varios niños, atender las mil tareas domésticas e intentar satisfacer las necesidades emocionales de quienes están a su cargo. Para ello es primordial establecer un clima familiar nutritivo y una disciplina positiva a pesar del padre ausente.
Además, debe enfrentar con contención las demandas de los niños, quienes piden una explicación por la ausencia del padre.
En estos contextos, muchas veces la familia extensa viene en ayuda y es un gran soporte emocional.
Elvira, una madre de dos niños, que ahora tiene 35 años, relata su infancia como hija única de una mamá soltera: “Mi madre provenía de una familia tradicional y supongo que cuando quedó embarazada a los 18 años sin estar casada debió ser una conmoción familiar. Sin embargo, la apoyaron y acogieron en su decisión de seguir adelante con el embarazo. Vivimos con mis abuelos hasta los seis años, cuando ella pudo independizarse y estudiar. Mi familia materna fue de gran ayuda para mí, especialmente mi abuela que siempre estaba disponible para acogerme. Iba de vacaciones con mis tíos y mis primos. Si bien muchas veces añoré la presencia de un padre, creo que mi infancia fue feliz.
Mi mamá me dejó ser independiente, dándome autonomía y mantuvo una casa bien alegre y acogedora. Cuando quise conocer a mi padre, ella lo gestionó aunque le costó porque estaba resentida por el abandono. Lo vi una vez y no quise verlo más, pero al menos sé quién es. Tengo una gran admiración por mi mamá. Todo lo que soy se lo debo”.
La madre de Elvira logró transmitir la idea central de que una familia de dos personas es una familia. Mantuvo un contacto cercano con su familia de origen, lo que permitió que su hija tuviese una sensación de pertenencia y apegos múltiples, con sus abuelos, tíos y primos. Enriqueció sus vínculos afectivos y creó un entorno que le dio seguridad.
La generosidad de la madre de gestionar el contacto con el padre permitió a Elvira ponerle cara al padre y tomar la decisión de no continuar el vínculo con él. En el proceso hubo días difíciles, pero a la larga fue exitoso.