De entrada,
Huesos sin descanso. Fueguinos en Londres, parecen ser las memorias, en alguna medida ficticias, que cuentan cómo el autor, siendo un estudiante de un posgrado en filosofía en Londres que se focalizaba en el pensamiento del filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham, se ve atraído por la historia de los indígenas de Tierra del Fuego traídos a Londres y otras ciudades europeas durante el siglo XIX y por ello abandona en cierto modo su especialidad y se dedica a investigar incansablemente sobre esos fueguinos trasplantados a la fuerza, investigación que acaba con la redacción del libro
Huesos sin descanso, obra que estamos leyendo. El autor se presenta a sí mismo como un irónico anglófilo,
flâneur noctivago e ilustrado viajero cuya familia —a la cual se remonta con precisión y cariño hasta la generación de su tatarabuelo, hacia 1850, un rico hacendado conservador— pertenece a la alta burguesía santiaguina, progresivamente venida a menos en lo económico y que, incluso, en el momento actual, el momento en que se escriben las memorias, pasados los 50 años del narrador, ha llegado a perder las tierras de sus ancestros. El carácter conservador, de derecha terrateniente, de su familia es aludido tempranamente por el memorialista y también a lo largo del libro emerge la sombra de adhesión de ella a “la Dictadura de Pinochet”, como la llama nítidamente. Así mismo, dedica líneas importantes a la distancia que él mismo ha guardado con esa situación y posicionamiento familiar, su rechazo a la dictadura y a sus violaciones a los derechos humanos.
El tema político social no es menor en estas memorias, pero solo es tocado de refilón, porque, en lo medular, el memorialista se describe más bien como una persona de una inquietud intelectual tan intensa como obsesiva y extravagante. El núcleo de su personal curiosidad y su búsqueda, desde su niñez, se centra en el enigma por la universalidad antropológica de la devoción y cuidado de los restos fúnebres de los seres humanos, particularmente de sus huesos y de cómo, en los hechos, la mayoría de las veces esos restos tiene un desosegado destino póstumo. Esta curiosidad tanatológica se une a la profesada por los ámbitos afines de la disección y el robo de cadáveres, la taxidermia, el traslado de restos mortuorios, exhumaciones de todo tipo y causal, y los museos de cera, entre otras. Este rasgo se halla tan presente en el volumen que, en vez de considerarlo como memorias, puede leérselo también como un ensayo de antropología cultural a partir de la comprensión de los avatares de los restos cadavéricos y óseos.
En el punto inicial del relato —las semanas londinenses en que se produce el giro— el narrador ubica su encuentro con los restos de Jeremy Bentham —su objeto de estudio filosófico—, quien los ha donado a la ciencia, han sido disecados y embalsamados y son expuestos en una vitrina. El interés por los fueguinos y, en particular, por el destino de los 4 que trajo el capitán del “Beagle”, Robert Fitz Roy, en su segunda expedición a Tierra del Fuego, aquella en que estuvo acompañado por Darwin, nace de un interés por sus huesos —hay una permanente enumeración de restos óseos de individuos pertenecientes a las etnias fueguinas en el libro— y es a partir de este hilo y en torno a él que Marín reconstruye la historia trágica del pueblo fueguino y muestra, sin tematizar, las terribles consecuencias del eurocentrismo, no solo por la codicia de ciudadanos europeos, sino por la percepción de sí mismos como pueblos civilizados frente a otros a quienes debe “salvar” de su barbarie.
Pero el libro de Cristóbal Marín —no obstante que la historia de los fueguinos y de los restos de aquellos llevados a Londres y Europa es cuantitativamente el tema principal— también puede leerse como una exquisita perífrasis del cenotafio de Shakespeare (“Maldición para el que remueva estos huesos”) o una argumentación en favor de la tesis de Hugo Grocio acerca del derecho universal al enterramiento. La ductilidad de géneros de este texto es uno de sus méritos más sobresalientes y surge, en definitiva, de la libertad para escribir una historia en que quepan de modo coherente y poco convencional todas sus preferencias, lecturas y obsesiones: el arte de establecer correspondencias y atarlas en un texto unitario, aunque inclasificable.
Marín es un narrador y, sobre todo, un muy buen narrador del género de “vidas breves”, el recurso literario fundamental de este libro, en el cual se enhebran de manera esotérica las vidas de al menos una veintena de personas, todas inmediata o un poco mediatamente relacionadas con el aciago itinerario de los fueguinos.
Huesos sin descanso es un modelo, inteligente, con un singular sentido del humor y una bizarra erudición, de las posibilidades siempre abiertas para la narrativa.