Por Nicolás Luco
Ayer se sabía por qué la Ruta 5 Norte pululaba de tráfico hacia Coquimbo, mientras la vía desde el norte al centro del país estaba normal: bastaba ver a los cientos de mochileros haciendo dedo, algunos con letreros que decían “ECLIPSE”.
La palabra viene del griego y significa “abandono”.
Más que en verano, la Región de Coquimbo hierve en el bullicio.
Quienes no viajaron se preparan también para exponerse al “Sol negro”, como lo llama Mario Hamuy.
Comparo el entusiasmo que vivíamos para el eclipse total de Sol del 12 de octubre de 1958. Yo tenía 16 años. No hubo esta movilización tribal de hoy para vivirlo.
La astronomía carecía entonces del arraigo de ahora, cuando el MIM y la mayoría de los museos saben que la juventud la demanda.
Hoy habrá fiestas luego del fenómeno.
Es como si fuéramos un pueblo maya o inca en Machu Picchu, con sus piedras alineadas con el Sol, esperando.
La solemnidad de la naturaleza penetra las imaginaciones, como el ejercicio transforma a un maestro yoga. El eclipse evoca lo que el mindfulness; el ser se eclipsa, se abandona.
Ante la declinación de misticismos religiosos, la vivencia conecta con el universo.
No es pura propaganda. El eclipse 2019 tiene un sustrato profundo.
Y grandes cámaras de resonancia: en los medios de comunicación, las escuelas, las redes sociales. Vienen viajeros del mundo a Coquimbo, grandes personajes que querrán también subir a los observatorios maravillosos arriba en la cordillera.
Es de dar gracias a nuestros astrónomos divulgadores, a Mario Hamuy, José Maza, María Teresa Ruiz, que han recorrido Chile celebrando estos dos minutos misteriosos.
Han entregado conocimiento y actitud.
Es tan válida la recomendación de María Teresa Ruiz: “Vivan el eclipse, no tomen fotos, tomen conciencia de la naturaleza que se vuelve loca porque no entiende lo que está pasando”.
Un abandono, esta tarde.