Cientos de familias venezolanas esperan en los pasos fronterizos del norte. Sin agua, comida, ni condiciones sanitarias mínimas, pernoctan adultos, ancianos y niños; agotados, luego de extenuantes viajes; la mayor parte en Chacalluta, pero no pocos en las frías noches del altiplano. Esas condiciones pueden ser mortales.
Son parte de los 4 millones de desplazados venezolanos, un millón de los cuales ha escapado de ese país en los últimos 6 meses. Algunos vienen a reunirse con sus familiares, parte de los cerca de 300 mil nacionales de ese país que ya residen en el nuestro.
Brasil ha endurecido su política migratoria, al igual que Argentina, Perú y ahora Colombia; pero los flujos migratorios dependen mucho más de lo precarias que sean las condiciones de las que se huye, que de las dificultades que se tengan para asentarse en otros territorios, y hay pocas señales de que la nefasta dictadura de Maduro esté pronta a su término y ninguna de que pueda rectificar en su corrupto caminar. La presión sobre Chile aumentará.
El Presidente fue a Cúcuta a ofrecer ayuda humanitaria. A la hora de la verdad, la respuesta no está a la altura. El Gobierno se defiende señalando que no puede recibir a los migrantes que pernoctan en las fronteras, pues debe asegurarse antes que no ingresen personas a delinquir. Desde Japón, el Presidente afirmó no querer que ingresen las personas que nos pueden causar daño y que tendría las puertas abiertas a quienes “vienen cumpliendo nuestras leyes, sin engañar a nuestras autoridades”. Sin embargo, si esas personas no tienen todos los papeles que ahora Chile exige no es porque quieran incumplir nuestras reglas, ni engañar a nuestras autoridades, sino porque nuestras autoridades decidieron cambiar las reglas cuando esas personas ya venían en camino. Entonces, parece legítimo preguntarse quiénes son los engañados.
Por cierto, el Gobierno, dentro de ciertos límites, tiene legitimidad para administrar las llaves de nuestras fronteras, y su primer deber es con sus nacionales, pero las familias que se encuentran en los pasos, algunas sin poder volver al Perú ni ingresar a Chile, lo están porque Chile cambió las reglas de visado cuando ya venían en camino.
Los cambios en las condiciones de migración hacia Chile necesitan de un período de transición que no frustre las legítimas expectativas de quienes abandonaron su país con unas determinadas reglas. Esas nuevas reglas tampoco pueden pasar por alto la debida atención a los principios de reunificación familiar, ni a las razones humanitarias.
No esperemos ver fotos de niños muertos en nuestras fronteras para reaccionar tardíamente. A la situación de emergencia transitoria no cabe aplicarle las nuevas reglas a rajatabla sin considerar un período de transición que atienda a quienes salieron de su país cuando aún regían las antiguas.