El supermercado es el epicentro de la obra de teatro “Mano de obra”, adaptación homónima de la novela de Diamela Eltit (Premio Nacional de Literatura 2018), que regresa a las tablas en el Teatro La Memoria (hasta el 29 de junio), bajo la dirección de Alfredo Castro en una versión remozada. Recordemos que una primera versión se montó en el año 2003. Desde entonces el mundo laboral se ha hecho más precario, y no solo el de los supermercados, sino también el del arte y la cultura.
La historia es tan desopilante como cruda, un grupo de empleados vive hacinado en un departamento compartido en condiciones indignas. Sabemos que todos ellos ejercen roles como cajeras, reponedores, promotoras, encargados de sección y supervisores, entre otros. El elenco se conserva casi intacto: Rodrigo Pérez, junto a Amparo Noguera, Marcial Tagle, Paola Giannini, Taira Court y Jaime Leiva (el joven nuevo) en esta ocasión parecieran exacerbar el mal gusto. Allí se repiten una y otra vez los portazos, la ropa manchada, los electrodomésticos lamentables (televisor y cocina). Una escenografía de entradas y salidas como si fueran roedores que circulan por las alcantarillas.
Lo interesante es que el supermercado funciona como una heterotopía; es decir, lo que ocurre allí se puede extrapolar a todas las relaciones mercantilizadas. Los seis empleados, tres mujeres y tres hombres, son el síntoma de una cadena de trabajo basada en la inestabilidad de contratos temporales, la vigilancia de los pares, los horarios exhaustivos, los sueldos paupérrimos y las relaciones abusivas. Y, a su vez, estas condiciones infrahumanas se traducen en una falta de conciencia de grupo, en el lenguaje coprolálico que domina sus interacciones y, también, en las enfermedades físicas que los aquejan.
La interpretación de Rodrigo Pérez, como el líder del clan, es tan esperpéntica como convincente. Tagle saca carcajadas con su conducta lasciva. Las tres actrices en su espigadas figuras son la encarnación de ese cuerpo femenino que circula como objeto entre los jefes “lameculos”. Pero ahí en su guarida más que protección se desborda el flujo de los desechos humanos, el libre discurso de la turba. Por ejemplo, cuando Gabriel adquiere las características del líder, los demás personajes tiemblan como un solo ente angustiado. En efecto, los une el miedo de ser despedidos y naufragan entre la humillación y la necesidad.
Mientras observamos cómo la comunidad del “súper” se disgrega, observamos otras, muy pocas, que se reorganizan. El mismo Teatro la Memoria, que cerró seis años por problemas económicos, es un ejemplo. Logra reabrir sus puertas con un nuevo modelo asociativo, que esperamos le permita permanecer en el tiempo, porque, ya en estos meses de marcha blanca, ha mostrado una curatoría exquisita con montajes que han sido algunos de los puntos altos el primer semestre: “Carnaval”, de Trinidad González, y “La ciudad de la fruta”, de Leyla Selman.
Pero son chispazos. El resto de los trabajadores queda atrapado en las paradojas del “súper”: pasillos atiborrados de productos heterogéneos pero inalcanzables para los más desvalidos del sistema: los niños, los viejos y los mismos trabajadores. Megaempresas que siempre pueden adelgazar, aún más, el vínculo de pertenencia de quienes trabajan para ellos. Lejos ha quedado el trabajo como fuente de realización personal. “Mano de obra” es una sátira social poderosísima que nos debiera hacer pensar y reaccionar.