Lo que una familia conversa a las horas de comida, en los paseos o en los ratos libres, da cuenta del tipo de comunicación que existe en esa familia, de los valores que la caracterizan, de sus motivaciones y de la calidad de sus expresiones afectivas.
En una columna de Cristián Warnken publicada en El Mercurio el 11 de abril, citaba al conocido filósofo chileno Humberto Giannini, quien sostenía que “la conversación es una de las más altas formas de la hospitalidad humana”. El articulista planteaba que sería interesante hacer un investigación sobre lo que se conversa en Chile. Su hipótesis es más bien desalentadora en relación a la calidad intelectual y afectiva de los intercambios.
Sin duda, una conversación profunda y cercana es un privilegio para quienes participan en ella. Hay personas con las cuales al conversar se tiene la sensación de que se ha producido una conexión verdadera, con un interés real por lo que piensa y siente el otro, que amplía tus horizontes.
A partir de esa reflexión parece válido preguntarse: ¿de qué se conversa en nuestras familias? Es allí donde el niño aprende lo que se puede conversar y cómo se lleva la comunicación, es decir, cuál es el tono que la caracteriza.
Mi impresión, que ojalá sea equivocada, es que en la mayoría de nuestras familias se conversa bastante poco y cada día los intercambios verbales son menos, limitándose muchas veces a un escueto “¿cómo te fue hoy?”, que a la vez es respondido por una respuesta del tipo “bien, ¿y a ti?”, después de lo cual se enfrasca cada cual en lo suyo. Los códigos que los niños van aprendiendo son restringidos, carentes de expresión emocional y en muchas ocasiones se parecen más a un interrogatorio por parte de los adultos, que a un interés real en sus problemas.
En una buena conversación hay una mezcla bien dosificada de hechos, ideas y emociones. Un tono amable e interesado donde hay un equilibrio entre el decir y el escuchar. Es un intercambio en el cual los hechos se contextualizan, se reflexionan y se les da una connotación emocional. No deje que las mil tareas que tiene pendientes lo priven del privilegio que es conversar con los hijos y con las personas que uno quiere.