Este volumen reúne siete “novelas breves” del gran narrador uruguayo:
El pozo,
Los adioses,
Para una tumba sin nombre,
La cara de la desgracia,
Jacob y el otro,
Tan triste como ella y
La muerte y la niña. Las siete narraciones —todas de gran calidad, algunas pequeñas obras maestras— están precedidas de un extraordinario prólogo del gran Juan José Saer, un prólogo tan fino, preciso y sabio, que después de leerlo es casi imposible desprenderse de las hipótesis interpretativas a partir de las cuales el argentino se aproxima a la obra de Onetti. El volumen, entonces, ofrece de entrada un doble beneficio: una escritura de gran calidad y un lector ideal que deja registro de su lectura. El prólogo de Saer espejea, a su vez, sobre su propia obra y sucede entonces que a medida que se leen las novelas de Onetti vienen a la memoria imprecisos recuerdos de las narraciones de Saer, poniéndose en evidencia las secretas circulaciones entre estos dos grandes escritores rioplatenses.
Las siete novelas —Saer lleva a cabo una aguda reflexión acerca del papel que el género “novela breve” jugó en la historia de la narrativa latinoamericana frente al espectro de “la gran novela americana”— tienen la ventaja de introducir de lleno al lector en el universo narrativo de Onetti y ejecutan una inmersión casi traumática en sus rasgos formales más característicos.
Lo que Saer llama “la monocorde elegía onettiana”, “el universo trágico” que es su intransable materia narrativa, concurre en cada una de estas novelas puntual y disciplinadamente. El fracaso inevitable ínsito en toda vida, la frustración, la desesperación, el aciago cumplimiento de un destino que, sin perjuicio de las falsas ilusiones, es siempre, en su médula, el mismo, es la sombra que se yergue desde las primeras líneas de cada una de estas novelas. El distanciamiento narrativo extremo con que Onetti aborda ese único destino en sus distintas variantes es también patente, inquietante e impresiona por su implacable imperturbabilidad.
La maestría de Onetti deslumbra por la manera en que esa única materia narrativa y esa impasible actitud distante da lugar a relatos distintos a partir del arduo trabajo formal que efectúa con los elementos fundamentales de toda narración: la extensión, la temporalidad interna, la voz narrativa, los personajes que van mutando cada vez según una configuración compleja que parece cuajar de distinto modo según el imperativo que surge de la historia misma. La variedad formal de estos relatos es propia de un virtuoso de la narración.
En “Los adioses” —una obra sobresaliente—, el lector se enfrenta con las dificultades que le plantea un narrador que, sin duda, convierte en simplificaciones atroces las más conocidas clasificaciones teóricas. La historia se traslada muy intensamente desde lo narrado al narrador y el lector va iluminándose lentamente acerca de quién es y qué posición ocupa en la historia. Este temblor, que proviene, nada menos, de quien cuenta la historia, es común en todas las novelas de esta colección, pero es un temblor siempre tan igualmente intenso como diverso en la dirección de sus oscilaciones y deslizamientos. El narrador de “Los adioses” posee una habilidad que anuncia en el segundo párrafo de la novela: apenas ve a una persona puede predecir su futuro. Es una amenaza feroz cuando nos damos cuenta de que quien nos habla se halla empleado en un pequeño pueblo cuyo centro principal es un sanatorio y que, por lo mismo, el futuro que es capaz de predecir, sin necesidad de examen médico alguno, es si el visitante se curará o morirá allí. El sanatorio, los médicos y enfermeros, el territorio montañoso y frío, los enfermos y los personajes sanos que van a visitar a los enfermos, evocan
La montaña mágica de Thomas Mann, vista aquí en una vertiginosa síntesis y manipulados cada uno de sus elementos estructurales sutil pero radicalmente, de manera que aquella parece ingenua comparada con “Los adioses”. Así como esta la habría escrito Kafka, podría decirse. El triángulo amoroso que el encargado del almacén va construyendo se derrumba al final y la historia se hunde entre las tinieblas de un humor oscuro, algo grotesco, absurdo, en un desenlace en que el principal derrotado no es el destinatario del ominoso vaticinio inicial, sino el adivino, el oráculo mismo. Es difícil no entrever en el personaje-narrador al escritor Onetti, un mago capturado entre sus propios trucos y conjeturas.
Las novelas de Onetti permiten apreciar las mejores propiedades de la prosa de los grandes escritores rioplatenses: una frase larga, compleja, una sucesión de adjetivaciones acumulativa y sorprendente, una imaginación narrativa que da lugar a una combinación admirable, lúcida y inusual de palabras que concurren precisas y morosas a la cita del personaje con su inevitable derrota.
Simplemente, un conjunto notable de relatos de un narrador fundamental en nuestras letras.
NOVELAS BREVESJuan Carlos Onetti
Eterna Cadencia,
Buenos Aires,
340 páginas, $16.000.