El CEP ha constatado el desplome en la adhesión popular al Gobierno. En 6 meses, quienes aprueban la forma en la que el Presidente conduce su gobierno bajan de 37% a 25% y quienes lo desaprueban suben de 39% a 50%.
El Gobierno no saca nota azul en ningún área de gestión prioritaria; más de 2/3 de la población estima que ha actuado con debilidad frente a las presiones y otro tanto sin destreza ni habilidad. El Presidente baja de 41% de evaluación positiva a 29% y a dos de cada tres chilenos ya no les da confianza.
¿Consuelos? Pocos, débiles. La dupla Bachelet-Piñera ha mostrado caídas al cabo de un año, pero esta es más aguda; ya se sabe de quién es el consuelo cuando el mal es de muchos, y el repunte viene cuando se logran mostrar realizaciones, las que La Moneda no ve a la vuelta de la esquina. La esperanza de que a este Gobierno le suceda uno del mismo signo es feble y sirve más a la derecha que a la actual administración.
¿Importa esta aguda caída en la adhesión pública? Por cierto. Aunque nada en la encuesta indica que ella sea sinónimo de un malestar que esté pronto a transformarse en movilizaciones; en las filas opositoras crecerá el incentivo a endurecer posiciones, mientras descienden las razones de los adherentes para ser leales. A estos interesará más peregrinar al municipio de Las Condes, donde está el futuro, que posar de disciplinado en una Moneda ya desgastada, cuando apenas supera un cuarto de su mandato. Un gobierno sin capital político tiene menos posibilidades de ser realizador. Son malas noticias para este y para Chile.
Sin un diagnóstico acerca de las causas de su desplome, La Moneda seguirá cuesta abajo en la rodada. ¿Tendrá esa indispensable explicación el Presidente? Todo indica que no aún. Gastó el cartucho del cambio de gabinete enrocando ministros sectoriales, lo que no le dará nuevos aires. Más importante, volvió a hacer un discurso pendenciero con la oposición y culpando de sus males a las condiciones internacionales.
Es cierto que han disminuido el optimismo y las expectativas económicas, pero fundar en ello la razón única o principal del desplome de adhesión ciudadana implica suponer que la gente ignora las adversas condiciones del comercio internacional. Nunca ha sido buen consejero político suponer tontera en los electores.
También debe descartarse como explicación un giro ideológico en el país. Ni la identificación política ni la evaluación de las figuras permiten seguir esta línea de pensamiento.
¿Es la personalidad del Presidente —propensa a los errores no forzados— lo que permite explicar la caída? Buscar por allí las causas supone que la ciudadanía que, al votar por él, desconocía su baja sintonía con los estándares de probidad hoy imperantes, o que les ha sorprendido por su forma tan omnipresente de gestionarlo todo. ¿Es acaso que el Presidente se ha vuelto súbitamente menos empático? No, los atributos y defectos del Presidente no pueden estar entre las causas de tamaña desilusión.
Tampoco es que las promesas del Gobierno hayan girado desde la campaña a la fecha.
Si las razones no están en un cambio en la personalidad del Presidente o de sus prioridades, o un giro ideológico del país, y si las condiciones económicas tampoco alcanzan para entender tamaño desplome, la explicación de la desafección popular debe buscarse en otra parte. Para mí que está en la estrategia. Esbozo dos errores que aprecio en ella. La primera es el exceso de anuncios; ese afán de correr a diario tras los focos, como si aún se fuera un candidato a quien el país no conoce y no un Gobierno con mandato. La Moneda parece confundir el deseable control de la agenda pública con el anuncio, en boca del propio Presidente, de soluciones mágicas para el
trending topic del día. Desde el registro de las mochilas a las discriminaciones de género y a la crisis institucional, el Ejecutivo va improvisando respuestas que no tiene, a las que luego da poco seguimiento.
El segundo error estratégico que podría explicar su caída popular es su constante afán de reyerta. Las condiciones en las que el Gobierno gobierna, sean estas del comercio internacional o de su falta de mayorías en el Congreso, son eso, condiciones. El pueblo espera que las administre, que alcance logros en medio de ellas y no que las culpe de sus malos resultados, y menos que se malcorne con quienes son y siempre debió suponer, eran sus adversidades y sus adversarios. Los gobiernos se miden por sus logros y no por su afán pendenciero. Menos, creo, lo mide el pueblo por la frecuencia o la intensidad de sus lamentos.