Desde 1988, a fines de mayo se celebra el Día Internacional del Juego. El objetivo de esta conmemoración es recordarnos que jugar es uno de los derechos irrenunciables de la infancia. Con frecuencia, padres y profesores olvidamos la importancia que tiene jugar en la vida de los niños, o bien minimizamos el significado y el espacio que requiere lo lúdico en el logro de un desarrollo integral.
Habitualmente les pido a los niños que me cuenten cuáles son las cinco cosas que más les gustan, y jugar aparece como una constante en los primeros lugares. Sin embargo, las a veces monstruosas y sobrecargadas agendas no permiten que ellos sean felices con una actividad tan simple como es el juego libremente escogido. Por otra parte, la aparición de los dispositivos electrónicos ha sido considerada por muchos una amenaza al tiempo de juego activo.
En todas las culturas y en todas las épocas se ha jugado en la niñez, garantizando un mejor desarrollo físico, afectivo y social. Si hacemos un viaje hacia los buenos recuerdos de infancia, sin duda los juegos con los amigos, primos y hermanos estarán entre los más entrañables. El juego es un elemento esencial en el desarrollo y me voy a permitir citar un párrafo del libro “Madurez Escolar”, que escribimos con Mabel Condemarín y María Elena Gorostegui: “Medio y fin en sí mismo, el juego puede ser utilizado y valorado como estrategia de aprendizaje. La literatura es coincidente en que el juego favorece el aprendizaje en general, además de la creatividad y la imaginación, la comunicación y la expresión de sentimientos y afectos, pero también es válido como un fin en sí mismo, como simple entretención o pasatiempo. Como dice Neruda en una de sus frases famosas “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él y que le hará mucha falta”.
El juego libre desarrolla la imaginación y reduce el estrés, ya que ayuda al niño a regular sus emociones. Es necesario que dejemos tiempo para las actividades escolares y extraprogramáticas de los niños, así como para el desarrollo de sus intereses, pero sin recargarlos. Hay que cuidar que los niños cuenten con tiempo para el descanso, para jugar y socializar, de manera que no tengan la sensación de estar siempre bajo presión y sin posibilidades de elegir a qué quieren dedicar su energía.