Pocas palabras en el lenguaje castellano son tan versátiles y ambiguas como cuenta. La expresión nos sirve para sacarlas, rendirlas, pedir un relato, llevar registro, cobrar, calcular, caer en realidad, manifestarse dispuesto, señalar que un acto se hace en nombre de otro, aportar a una deuda mayor, abrir crédito, destruir o consumir, señalar un límite máximo del cual no debiéramos pasarnos, solicitar una justificación y hasta manifestar que una conducta negativa ha sido tan reiterada que ya hemos perdido la esperanza de llevar su número. Hay cuentas corrientes, alegres y hasta del gran capitán.
La de esta noche participa de buena parte de esas acepciones. En su sentido primigenio, estaba llamada a que el Congreso abriera sus sesiones anuales retomando un conocimiento acabado y actualizado de los problemas del país, para así poder —luego de un largo receso— abordar, adecuadamente informado, sus labores legislativas, fiscalizadoras y orientadoras del debate nacional. El Presidente, y antes sus ministros, eran llamados entonces a poner al corriente a los parlamentarios de aquello de lo que no se habían enterado, ocupados que estaban de sus haciendas, donde las noticias llegaban a medias.
Lo que el Presidente hará hoy por la noche es su deber constitucional: “Dar cuenta al país del estado administrativo y político de la Nación, ante el Congreso Nacional”; pero la cuenta tiene también hoy algo de privilegio. Veremos hasta dónde lo mantiene en día festivo y en horario nocturno; un cambio que da cuenta hasta dónde los principales actores políticos aceptan su relativa irrelevancia. Igual, el Presidente cuenta con una oportunidad privilegiada para explicar, no en cuñas, sino en párrafos que reproducirán extensamente muchos medios, para qué ocupa La Moneda, enrumbar la proa, entusiasmar a sus huestes y aquietar las ínfulas de sus opositores.
Como quiera que se entienda, privilegio o deber, relato de lo hecho o anuncio de lo prioritario, la ocasión suele abrir un momento de inflexión que el Presidente, aún con su pulsión por lo efímero y la reyerta, no debiera desatender: La solemnidad de la ocasión, el auto descubierto, la banda presidencial, el acompañamiento de lanceros y tantos otros símbolos estarán allí para recordarle que, además de Presidente de un gobierno y líder de una coalición, es jefe de Estado, y que las personas ante quienes rinde cuenta son, opositores y adherentes, los llamados a colaborar con él en su conducción, debiendo concordar en los términos de las reglas que regirán nuestra convivencia.
Sin esos acuerdos, que solo florecen en un clima de concordia, simplemente no habrá progreso legislativo. Si así ocurre, en uno y otro bando habrá quienes afilarán cuchillos para culparse mañana por la no mejora de las pensiones, o por la pérdida de empleos que provocarán legislaciones que no dan cuenta de los nuevos desafíos, tal como hoy se echan en cara la pérdida de competitividad del país. Lo que sí debieran dar por seguro todos los que agitan la confrontación estéril, es que la pérdida es para todos.
El Presidente gozará esta noche del privilegio de arreglar las cuentas con los parlamentarios de oposición; usar palabras de buena voluntad para recomponer unas relaciones que parecen más friccionadas de la cuenta. Nada le impedirá agudizar la confrontación y palabras sacarán palabras, pero de las que reparten culpas y críticas no nacerán leyes.
Mejorar nuestra democracia, asegurar una mejor vida a nuestros hijos y ayudar a las personas a salir de la pobreza no será nunca el fruto de un buen discurso, de una genialidad, la obra de un líder iluminado, ni menos el efecto de una consigna altisonante. Será siempre, en cambio, el fruto de un trabajo colaborativo y paciente entre muchos y especialmente entre quien hoy rinde cuentas y el auditorio que estará allí para recibirla.
Una cuenta no puede por sí alcanzar metas de buena política pública, pero sí colaborar al clima político donde ellas florecen. No es entonces majadero insistir al mandatario popular que rinde cuentas esta noche y a los demás depositarios de un poder temporal y delegado, que la opinión pública, a quien la democracia devuelve periódicamente la baraja para que saque las cuentas definitivas, ha sido constante en premiar a quienes optan por la concordia y despedir a quienes tienen preferencia por la reyerta.