Para quien no se ha apersonado aún en el espacio CV, y que se precie de bueno para el diente —con estilo—, sepa que está en falta. Primero que nada, por la ya tan bien criticada Brasserie de Franck & Héctor. Y luego, por lugares por abrir y otros en funciones, como el Lolita Jones, que marca territorio en el espacio inferior. Con una barra de película, casi escenográfica, es posible imaginarla llena de felices personas empinando el codo gracias a una coctelería con acentos mexicanos, tal como puede deducirse por los acentos estéticos y por la apuesta culinaria. Una que adapta, en gran parte de su oferta, la sabrosa y especiada cocina de este gran país.
Para comenzar —sentados en el interior—, algunos antojitos. Primero, unas tostadas —la tortilla de maíz va rígida como base— con láminas de atún bien sazonadas ($7.900), con ajíes tostados y algo de gajo de cítrico. Se advirtió que la lengua de erizo coronando —que va anunciada en la carta— no era habida. Igual, hay que decirlo, el resultado fue, lejos, muy satisfactorio. Buen manejo del picante. Menos lucidas unas pequeñas empanaditas de maíz con carnitas ($5.200), a las que les faltó intensidad, acompañadas de una palta un poco muy licuada. Para ambos casos, dentro de la categoría llamada pitucamente fingerfood, hicieron falta más servilletas de papel (las que sí llegaron para los fondos).
De principales, unos tacos al pastor a la manera del chef ($6.900), con chanchito y algo de piña, demasiado abundantes para las tortillas contenedoras. Bien por un lado —harta proteína—, pero no tan bien al calcular por dónde morder sin pasar un papelón. Pero, aparte de la forma, en el fondo muy bien: ricos los tres. Y también de fondo, poco mexicano, pero francamente alucinante, unos tallarines con una salsa cremosa de erizo ($9.900), con abundantes lenguas de machas, ostiones y pulpo bien condimentado. La pasta a punto y sin esa clásica aplanadora del sabor que puede ser la crema. Otra constatación de que la mano del sabor en Lolita Jones tiene una gracia singular. Una que se pasa un poco con los esquites ($3.200), una clásica preparación callejera en que los granos de choclo van espolvoreados de un queso maduro —bien— y con un poco de ají, no con la cantidad —en formato licuado/salsa— de esta versión. La idea es que luzca el grano, caballeros.
Ya en los postres, una mezcla de chocolate en diversas texturas, entre las que destaca un bombón de amargo y unos petazetas bien graciosos, mientras una miga gigante y esponjosa merecía más ser barrida que mascada.
En general, los tiempos de atención están bien, aunque algo lentos para las entradas (considerando, además, que la mesa está pelada: nada para engañar a la tripa). Y respecto a la comida, con un pequeño ajuste solo puede mejorar. La sazón, con un estilo propio y singular, ya está.
Alonso de Córdova 4355, Vitacura. 2 3323 4200