Un barrio santiaguino con este nombre atroz no debiera presagiar nada bueno en lo que se refiere al curso que ahí toma la vida. Pero, pa' que vea Usté, en lo de nutrirse para seguir ganando plata (con a little bit of luck, como decía el borrachín aquel de “My fair lady”), las opciones son de lo más interesantes. Supuesto, claro, que Ud. distinga almuerzo de comida: el primero es un festín desaforado y frenético de “jóvenes ejecutivos”, “ceos” y demás fauna que no quiere perder tiempo en demasiadas delicatessen y se harta de carne asada. A la comida, en cambio, cuando la fiebre crematística ha cedido (¿recuerda Usía aquello de “el músculo duerme y la ambición descansa”?), salen a relucir lugares de lo más encantadores.
Como el Enebro, que, por su decoración y sus platos, recuerda viejos hoteles y bistrós. Lo hemos visitado con gran gusto.
No se sospecha que es la juventud del chef Kevin Hidalgo la que está detrás de cosas como esa excelente sopa de buey ($4.500) con que comenzamos la comida: hecha con huesos y verduras, y guarnecida con una brunoise de verduritas al dente. Solo hubiéramos querido que en vez del pan de molde tostado que la acompañaba hubiera sido un trozo de chilena churrasca, más sabrosa, mejor testimonio de lo nuestro, que es una de las cosas que persigue este chef.
La otra entrada, salmón brulé ($8.100), fue también muy agradable: láminas de salmón cubiertas con una reducción crocante y dulce: jamás nos hubiéramos imaginado que íbamos a disfrutar con esta desenfadada mezcla de pescado y mermelada. Pero disfrutamos.
Y dos fondos de carne. Uno fue un plato de medallones de lomo “vetado” (sic) que era, por cierto, lomo “veteado” ($10.900): bañado con demi-glace (un poco demasiado dulce), con algunas cebollitas perla y un trozo de gratin dauphinois cuya variación, para achilenarlo, consistió en agregarle queso de cabra. La idea, en realidad, no es tan buena: ese gratin es un clásico francés que más vale no tocar. Hubiéramos preferido, para ir a lo nacional, acompañarlo de papas con queso (mantecoso) al horno. Hubiera sido estupendo.
Y el otro, un trozo de huachalomo sousvide ($9.900) presentado como “res braseada”: creemos que lo chileno debiera mostrarse, y más todavía: ostentarse. Y el nombre “huachalomo” es magníficamente chileno, aunque no lo sea el corte propiamente tal: antiguamente se voceaba por las calles, al caer las noches de invierno, el “huachalomo salpreso”, que era una delicia. El plato, en fin, es una especie de rico tajine, solo que con vaca (no “res”) y frutos secos (mejor hubieran estado más remojaditos).
Excelente pavlova de maracuyá y frambuesas, y tostadas francesas que estuvieron al debe (¿por qué no torrijas?).
El servicio de Enebro es encomiable, e incluye el saber disponer los cubiertos en la mesa, cosa que en pocas partes hoy se hace bien.
Av. El Bosque Norte 0210, Las Condes. 2 2498 1800.