Por fin esta semana los chilenos hemos alcanzado la tan ansiada unidad de corazones. Por encima de las diferencias de edad, género e ideología, una encuesta nos revela que la abrumadora mayoría de nosotros tiene mejor imagen de China que de los EE.UU.; prefiere a Xi Jinping frente a Donald Trump, y cree que debemos intensificar nuestros negocios con China antes que con el país del norte.
Ciertamente, hay que ser realistas. Somos un pequeño ratón en un choque de gigantes y debemos movernos con habilidad. Lo intentó el Presidente Piñera en estos días, aunque se le pasó la mano, lo que le mereció justificados reproches de los mismos chilenos que dicen preferir a Xi. Además, no debió visitar la Escuela de Cuadros del PC, el politburó de la tiranía china.
Tanto la política internacional como los negocios requieren tragarse muchos sapos o, en este caso, comer con la mejor cara del mundo unas ratas al escabeche o estofado de serpiente. Pero la habilidad política exige no perder credibilidad en una materia tan importante como la decidida defensa de los derechos humanos que ha caracterizado a este gobierno.
No seré yo quien defienda a Trump; sin embargo, me permito discrepar de mis compatriotas y sus preferencias por esta comida china.
A los amantes de Xi les propongo el siguiente experimento mental: en la primera semana de mayo nos tomamos un avión, ellos a Beijing y yo, a Washington. Al día siguiente nos dedicamos a recorrer la plaza, Tiananmen, ellos, y yo el parque The Ellipse, cada uno con un letrero que diga: “Basta de mentiras, Trump/Xi Jinping”, según corresponda, y otro que afirme: “Eres un tirano, Trump/Xi Jinping”. Les apuesto todos mis libros a que yo termino el día incólume, mientras que ellos no alcanzan a caminar cinco minutos para llevar a cabo esta fascinante experiencia política sin que un policía los lleve a un nauseabundo calabozo del que, con muchísima suerte, podrán salir deportados en un par de semanas.
Si les tienen miedo a los aviones y prefieren no viajar, les reemplazo el experimento por una simple pregunta: ¿cuántos opositores políticos están encarcelados en los Estados Unidos? Ninguno. China, en cambio, entre los miles de disidentes presos, se dio el lujo de contar a un premio Nobel, Liu Xiaobo. A este destacado intelectual no solo le fue prohibido viajar a Estocolmo a recibir ese homenaje, sino que se lo mantuvo por años privado de libertad, hasta que el cáncer lo liberó para siempre del comunismo. Su hermano, por supuesto, declaró a la prensa que la familia estaba muy agradecida por la benevolencia del régimen. A pesar de todo eso, los chilenos tenemos la mejor imagen de Xi, quizá porque, a diferencia de Trump, no se le nota cuando se tiñe el pelo.
Los invito a ver en internet “Don't lie to me”, la durísima canción que la gran Barbra Streisand le dedicó a Trump, y busquen luego si en China existe algo semejante. O pregúntense si en Norteamérica hay gente privada de libertad por sus creencias religiosas, porque en China abunda.
Tomen, por favor, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y díganme si hay alguno de ellos que no resulte grave, masiva y sistemáticamente violado por el régimen de Xi. Pero China tiene mejor imagen y Xi nos resulta simpático.
Me corrijo, hay un derecho que en el capitalismo comunista de Xi no resulta violado: el derecho de propiedad, un derecho que hoy en China resulta tan sagrado que permite explotar, contaminar y hacer lo que uno quiera con el fin de tener productos más baratos para vender a Occidente y llenarse rápido los bolsillos.
Se dice que los pueblos tienen derecho a tener los gobiernos que quieran. No puedo estar más de acuerdo, pero eso es precisamente lo que los chinos tienen negado desde hace muchas décadas. ¿O alguien piensa en serio que Xi fue elegido por su pueblo?
Hay más, porque el Partido Comunista chino no solo ha hecho añicos los derechos de su pueblo, sino que también invadió el Tíbet, hizo lo posible por erradicar su cultura y hasta hoy el Dalái Lama vaga por el mundo como una sombra errante. Xi no ha hecho nada para reparar ese crimen de Mao. ¿Por eso los chilenos preferimos a China como socio?
Cuando hablo de manera tan crítica, no me refiero obviamente a su pueblo, cuya milenaria sabiduría tiene mucho que enseñarnos. El objeto de mis reproches no es el pueblo, sino quienes lo tienen secuestrado. Tampoco desconozco que, comparada con la Revolución Cultural, la situación actual resulta envidiable, pero no nos engañemos: estamos frente a una tiranía.
Puede que el mundo futuro esté controlado por China. No obstante, también cabe que ese gigante cuya vida depende de la voluntad de un grupo de personas termine colapsando. En uno y otro caso daremos las gracias si hoy no ponemos tantos huevos en esa canasta.
Y no olvidemos que los chinos son nuestros compradores y vendedores, mientras que —con sus errores y torpezas— los norteamericanos comparten con nosotros buena parte de una herencia cultural y, aunque hoy no sea de buen tono decirlo en voz alta, son, en el fondo, nuestros amigos.