Con habilidad política del Gobierno y patriotismo de la DC se aprobó la idea de legislar sobre la reforma tributaria; el país logró salvarse jabonado de un problema grave. Con todo, este alivio momentáneo no excluye que haya buenas razones para que debamos ponernos nerviosos.
Para entender por qué hay que evitar un optimismo excesivo, conviene comenzar por el principio, que en este caso está marcado por una frase de Lagos que hace rechinar los dientes de cierta izquierda: “Lo que importa es el crecimiento, lo demás es música”. ¿Significa esto que el expresidente es un asqueroso materialista, que cree que la economía es todo y que, además, siente un barbárico desprecio por la música?”. No. Simplemente está trasladando a la sociedad, de manera gráfica, una verdad tan vieja como Aristóteles: sin un mínimo de bienes materiales resulta imposible la práctica de la virtud. La economía no es lo más importante, pero sin ella hasta la música se hace imposible, como no sea la de las cacerolas vacías.
Aunque Maduro no lo sepa, la economía necesita que las empresas funcionen bien, que inviertan y den trabajo. Si por un momento desaparecieran de nuestra vida, reaparecerían realidades que solo vemos en películas, como las hambrunas o esas pestes que mataban a las personas por millones. Esto no sucede, entre otras razones, porque existen empresas que se encargan de que tengamos alimentos, vacunas y otros bienes que nos facilitan la existencia a cambio del denostado lucro. El ejemplo de Venezuela muestra que estas realidades no pueden darse por aseguradas. Con esto no afirmo que toda nuestra izquierda tenga un talante chavista, sino solo que a veces olvida que debemos estimular la actividad empresarial para que la economía crezca.
Parece haber un consenso relativamente amplio acerca de que las reformas tributarias de la Nueva Mayoría no contribuyeron en esta dirección. Más bien pusieron serios obstáculos a la tarea empresarial, incluidas las pymes, que quedaron afectadas por un sistema bastante complicado. Así, a nadie le extraña que el Gobierno quiera corregir la reforma de Bachelet y, de paso, simplificar el sistema tributario. Con realismo político, hizo una propuesta de mínimos. A juicio de muchos economistas dista de ser suficiente, pero más no se puede conseguir cuando se está en minoría en el Congreso.
Para la oposición dura se trataba de una gran oportunidad para propinarle una derrota ejemplar al Ejecutivo. Ella permitía, de paso, elevar los ánimos del propio sector, que todavía no se repone de la paliza recibida en la última elección presidencial. Sin desconocer que estaba perdiendo una ganancia de corto plazo, la DC se daba cuenta de que ese gustito perjudicaba también a la gente de a pie, que es la única que sufre de verdad cuando las cosas no marchan.
Su decisión no fue fácil. La Democracia Cristiana tiene muchas virtudes, pero entre ellas no se cuenta la de resistir estoicamente las críticas de la izquierda. De ahí que su aprobación de la idea de legislar haya sido especialmente meritoria y que, más allá del tema tributario, dé cuenta de su preocupación por el bien del país. Sin embargo, esa señal de autonomía produjo un terremoto político en la izquierda.
Cuando la izquierda se enoja se pone pesada. De hecho, ha vuelto a oírse la frase sesentera: “Cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana”. Semejante joya de la sabiduría, aparte de decir una obviedad que vale para cualquier acuerdo político, muestra una de dos cosas: o que no creen que exista algo así como el bien común, o que estiman que la derecha es algo tan perverso que sus propuestas nunca podrán favorecer a Chile. Ninguna de las dos posibilidades habla bien de quien utiliza ese mantra como elemento de deliberación pública.
La decisión de la Democracia Cristiana constituye una buena noticia para el país, pero todavía hay buenas razones para ponernos nerviosos. En efecto, ¿será capaz de resistir las presiones de la izquierda durante los próximos meses? Además, sabemos que la propuesta del Gobierno es de mínimos, ya que otra cosa no habría sido realista. Esto significa que, si la aguamos, la iniciativa gubernamental terminará siendo casi inútil. En este contexto, ¿qué pasará si la DC, para hacer frente a esas presiones, empieza a deshilachar el chaleco, creyendo que es posible apoyar la idea en general mientras se vacía su sustancia? Podría flaquear, aunque perdería la autoestima y credibilidad que está ganando y que constituyen un importante capital político en su empeño por reconstruirse. Con esta decisión, la DC se ha puesto en el centro de la política nacional, pero se trata de una situación inestable que depende de su propia autoestima.
Ante todos estos riesgos, cabría preguntarse si era necesario presentar esa reforma precisamente en este momento. Me temo que sí, por una razón antropológica: debemos preocuparnos de la economía porque los humanos somos individuos materiales, y esa materialidad nos permite ser también entes musicales.