Esta es la escena: ya con medio plato terminado sobre la mesa, una señora encantadora se acerca —seguramente viene desde la cocina— a preguntar si está rico. Y si no estaba muy picante. Ay, ay, ay. Si eso no influye en el sabor, hay que tener el pecho muy frío. Por esto y otras de sus características, este flamante local de Patronato se distancia de sus pares. Porque es muy, muy familiar.
La historia de Banchan Nara parte en calle Río de Janeiro, donde antes vendían por gramos algo conocido como… banchan. Esto es un picoteo previo y característico de la cocina coreana. Es, la verdad sea dicha, la gloria: entre huevos cocidos en soya, dientes de dragón con aceite de sésamo —kongnamul—, tofu frito, nabo en tiritas, helecho salteado —gosarinamul—, papas agridulces y el infaltable kimchi, un fermentado hecho generalmente con bok choy. Es una muestra de la mano de cada restaurante, por lo que experiencias —pasadas y sufridas— como la de unas puras rodajas de nabo encurtido, cebolla pluma a la brutanteque o unos trocitos de salchicha disparan las alarmas. Pero este no es el caso, sino al contrario.
Ahora, bajo el mismo nombre, funciona un pequeño restaurante ubicado en calle Loreto. Sencillo, luminoso, con mantel de papel y exterior con un colorido mural, es atendido por alguien que habla en chileno y que se nota que cocina también. Buscándola en las redes, se revela como una diestra divulgadora de la cocina coreana (por ejemplo, con cursos en la muy hípster —en buena— Casa de oficios). Helena Lee, ella es. Entonces, a diferencia de otros lugares de Patronato donde a uno lo miran con cara de what o donde le piden que apunte hacia la foto para pedir, aquí se sentirá acogido en todas sus dudas (y esta es una cocina injustamente poco conocida).
Aparte del ya mentado banchan (fueron dos visitas, felices ambas), es recomendable aquí el sushi coreano, el kimbap ($2.000), que lleva tortilla de huevo, zanahoria, pickle de rábano, espinaca, kanikama y una especie de masa de pescado. Sabroso del verbo, como para dejar de comprar el que tienen para llevar en el Assimarket de Antonia López de Bello, que a veces está medio fané, sorry.
Se probó la magnífica tortilla planita de cebollín y mariscos —la haemulpajeon ($8.000)— y un tteokbokki, esas masas gruesas de harina de arroz, con harta verdurita picada (es más sabroso así), bien picante y destroza-esófagos ($5.000). También, para gente sola, unas láminas de chancho con cebollín, cebolla, zanahoria y salsa picante —cheyuk bokkeum, o el número uno de la carta, sale más sencillo de pedir ($5.000)—, una cosa que es fuera de serie. Comida de casa en clave picada.
Hay platos para compartir, una modalidad clásica de la cocina coreana, y una buena oferta de platos veganos.
El lugar es sencillo. Y, por lo mismo, mejor.
Loreto 260, Recoleta. 2 2762 0897.