Se han dado dos explicaciones para justificar el viaje presidencial a Cúcuta . Como ambas son implausibles, no es pura suspicacia explorar otras. La primera es que Piñera fue a entregar ayuda humanitaria. Aunque escribo sin saber el desenlace, es previsible, desde antes que el Presidente decidiera viajar, que esa ayuda no llegará a sus destinatarios, a menos que lo sea por medios subrepticios, en los que ningún presidente podría tomar parte. En todo caso, la mediática presencia de mandatarios extranjeros hace más implausible que Maduro acepte el ingreso.
"Voy a defender la libertad", afirmó con tono heroico el propio Piñera. La frase es acertada como acto simbólico. Quien se oponga a Maduro se arropa con la bandera de los derechos humanos, sistemáticamente violados por su dictadura; del lado de la libertad de tantos presos de conciencia en sus cárceles y del lado de la esperanza de su pueblo.
Pero la política, especialmente la de un presidente, debiera pensarse y evaluarse más por sus resultados que por sus inspiraciones y parece difícil sostener que el viaje presidencial sea eficaz para que los venezolanos recobren su libertad: A Maduro lo sostienen hoy sólo las fuerzas armadas que, como todo dictador, terminó cooptando al involucrarlas en corrupción y en violaciones a los derechos humanos y a punta de purgas.
No conozco la mentalidad de esas fuerzas armadas, pero no es de suponer que la presencia de mandatarios extranjeros en las fronteras del país no ayuda a relajar su apego a Maduro. Simbólicamente los presidentes representan a los "extranjeros" con los que toda fuerza armada se prepara a combatir. Aviones militares en la frontera, aunque estén cargados con ayuda humanitaria, no parecen un modo eficaz de disuadir o presionar a ninguna fuerza armada, a menos claro que estemos amenazando con una invasión, que afortunadamente no parece ser el caso de Chile.
Salvo se me escape algo, resulta entonces bien poco convincente que, con su viaje, Piñera promueva la libertad. Nada indica que esa noble causa resulte favorecida por añadir a presidentes al masivo festival que se desarrolla en Cúcuta.
No es mal pensado, entonces, suponerle al viaje otros fines. Uno que el Gobierno sí está logrando es trabar el debate político interno en el tema de Venezuela. Tratar de traer a Maduro a la política chilena. Tratar de exponerlo como lo que él mismo dice ser: el socialismo del siglo XXI, tratar de mostrar que hacia esos derroteros encaminaría la alternancia en el poder. Volver sobre la caricatura de Chilezuela. Para ello, la derecha cuenta con que las voces opositoras no serán monotonales en esta materia. Que el PC, fiel a su tradición, seguirá justificando regímenes corruptos que violan los derechos humanos, si es que ellos se definen como anticapitalistas y que en el Frente Amplio hay varios que aún no superan el romántico infantilismo revolucionario en su lucha contra el neoliberalismo.
Este probable motivo del viaje, o a lo menos este más que previsible efecto del mismo, no sólo conlleva los riesgos propios del uso de las relaciones internacionales con fines de política interna, sino que degrada el debate político. La caricatura del otro da réditos, pero también es medio eficaz para producir rabia en el caricaturizado y tensionar las relaciones políticas. Es de suponer que el Gobierno habrá hecho este cálculo, a mi parecer de altos costos para el bien de la política y de nuestro futuro.
Puede haber otra pulsión que haya llevado al Presidente a embarcarse. Pasó un verano enfrentando en terreno los males de la naturaleza. Operativo, consolando, organizando la ayuda y la reconstrucción; al igual como inició su primer gobierno, cuando dormía en carpa en Dichato y rescataba mineros en Atacama. Piñera I parece de vuelta.
Cúcuta era un escenario ideal para que el Gobierno hubiera enviado una delegación de aspirantes a suceder a Piñera. Habría dado un carácter más ciudadano y político que el que colorea la presencia de jefes de Estado, pero si es que Piñera I está de regreso, al igual que entonces, a su sombra no crecen nuevos liderazgos.