Kureishi ha tenido momentos mejores. Este no.
Nada de nada narra la historia de un viejo cineasta, Waldo -ya inválido desde hace diez años-, que sufre un delirio a raíz de la infidelidad de su mujer, Zee, 20 años menor que él, convencido de que ella y su amante, Eddie, planean asesinarlo.
La narración está escrita en primera persona y, por ende, el punto de vista y la voz es la del propio Waldo, un sujeto francamente desagradable, siendo quizás la ambición de Kureishi demostrar que es posible sostener un relato en un personaje tan poco atractivo, cuya historia es, además, narrada por él mismo.
Es claro que Kureishi es exitoso en la construcción de un personaje -Waldo- atrapado en su silla de ruedas, egoísta, con una libido desmesurada en proporción al resto de su estado de salud, mentalmente paranoico, que retirado después de una carrera profesional exitosa, emplea sus horas muertas en espiar a sus vecinos, y su imaginación en armar una intriga criminal en torno suyo. También quizás podría decirse que Kureishi escribe una parodia eficaz, cruel y con un humor negro inmisericorde, de la soledad y la decadencia de un hombre viejo, al estilo de Phillip Roth.
Es menos claro, en cambio, alegar en su favor que construye un narrador "no confiable" interesante porque, dado que él es la única fuente de información que posee el lector, está psicológicamente un poco revenido y padece un ataque de celos, es demasiado patente que no podemos confiar en sus opiniones y en su interpretación sesgada de los hechos. Eso, podría decirse, le quita al relato su apertura a distintas interpretaciones, en las que el lector a ratos empatice con el narrador y a ratos, suspicazmente, se aleje de él, sin poder decidirse del todo de qué lado se pone: si en el punto de vista de este narrador distorsionado o en el de los personajes que asoman a la luz de su relato.
El narrador de
Nada de nada es monologante en extremo. Kureishi escribe un texto que es un ejemplo de narración no polifónica: es pura monofonía y eso lo torna, a medida que avanza, plano, sin dobles lecturas.
En consecuencia, como es propio de una narración en primera persona de esta índole, los personajes secundarios -Zee y Eddie, sobre todo, pero también Gibbon y Anita- son sombras delgadas que carecen de toda profundidad y vida propia. Cuando esos personajes parecen adquirir un poco de consistencia, esa autonomía pugna con el carácter marcadamente "egocéntrico" del narrador, puesto que es difícil concebir que un personaje con los rasgos psicológicos de Waldo pueda ponerse en el lugar de otro.
Los personajes femeninos -Zee, la mujer de Waldo y Anita, una actriz amiga- son perfilados de manera bastante negativa, para decirlo suavemente, por Waldo: infieles, intrigantes, sexualmente promiscuas, interesadas en el dinero. Sería por cierto un error conceptual atribuir a Kureishi -el autor- la visión y opiniones que su personaje -Waldo- posee acerca de las mujeres. Incluso podría pensarse, al revés, que el propósito de Kureishi no es, en absoluto, denigrar a la mujer o algún tipo de mujer, porque al contrario, es Waldo el que aparece destrozado por el autor en esta novela. Podría decirse que Kureishi se propuso retratar, de manera feroz, a un macho arrogante en el momento terminal de su existencia, una bestia herida mortalmente que, en la recta final, saca lo peor de sí mismo. Waldo es patético y, se debería aceptar, que el autor quiso construirlo así. No parece, por lo mismo, que una crítica desde el ángulo de los estudios de género dé en la clave acerca de la debilidad principal de este relato. Los personajes masculinos del relato, más allá del propio Waldo, salen, por lo demás, igual o peor parados. El autor dispara acritud hacia todos los géneros.
La intriga es banal, como puede ser banal la vejez, los celos y la muerte, y no añade ninguna diferencia en esa banalidad que Zee sea paquistaní, Eddie, un burgués inglés venido a menos, ni que el viejo y moribundo cineasta vaya filmando en un video su propio delirio previo a su muerte.
¿Que puede salvar un relato así?
Hay personajes desagradables y, sin embargo, inteligentes. Hay narradores poco confiables, enajenados incluso y, no obstante, agudos, irónicos, sutiles, envolventes. Hay intrigas banales, que dan lugar a relatos penetrantes y significativos. Nada de nada de eso ocurre acá, salvo ligeras, pero insuficientes, pinceladas de humor y, quizás, un ritmo veloz, que lleva rápidamente hasta el final, lo cual se agradece.
La prosa, la calidad de la escritura -que es el componente en el cual el lector puede descansar, disfrutar y que justifica le dedique tiempo a una lectura así- es, salvo un par de destellos escuálidos, mediocre. En fin, nada de nada.