Una de las ideas más provocadoras de Richard Dawkins en el Congreso Futuro, que se realizó hace unos días en Chile, la formuló como pregunta. Para sustentar la bondad de la eugenesia, el biólogo evolutivo y divulgador científico británico dijo ante un público más que cautivo: ¿es menos moral darle genes musicales a un niño que obligarlo a practicar piano varias horas al día?
Llama la atención que Dawkins haya aludido a la moralidad del asunto. ¿Por qué podría ser malo lo primero y bueno lo segundo? Por nada, si consideramos el objetivo y la rapidez para conseguirlo: no hay duda de que las extenuantes horas de estudio serán menos eficientes que un gen musical. Pero el talento innato no es suficiente en la formación de un artista o de cualquier profesional. El esfuerzo, la disciplina, el rigor, el entusiasmo e incluso la frustración y el fracaso son experiencias ineludibles y enriquecedoras en todo aprendizaje humano. Más allá del conocimiento adquirido, forman el carácter y enseñan a vivir en comunidad. Y hay otro aspecto no menor: pese a las horas de práctica impuestas, el niño tendrá la libertad de elegir más tarde su camino, lo cual no es evidente si ha sido "programado" para ser un genio musical.
Aldous Huxley advirtió hace muchos años este dilema en su célebre distopía "Un mundo feliz", donde las personas se dividen en castas según las capacidades que les han asignado genéticamente y reforzado con hipnosis. Los hombres y mujeres de este "mundo feliz" están programados para ser lo que deben ser, sin cuestionarse por qué pertenecen a una u otra categoría o por qué no tienen la libertad, por ejemplo, para leer un libro. El amor, el afecto y la infelicidad están fuera de sus posibilidades, y la familia ha sido erradicada. El libro de Huxley ha influido en películas, canciones y obras literarias, y es imposible no advertir otras semejanzas con la realidad actual, donde la felicidad es un valor que incluso se mide con encuestas.
La paradoja de la vida feliz normada por el Estado Mundial en el libro de Huxley es, precisamente, que la felicidad no es felicidad si se impone de manera permanente y suprimiendo los sentimientos. Somos felices por momentos y lo sabemos porque también somos infelices en otros, porque sufrimos, porque nos duelen las traiciones, las muertes, las separaciones.
En 1932, el mismo año en que se publicó el libro de Huxley, llegó a Santiago un adolescente de provincia con pocos recursos y mucha motivación. Dejaba atrás a su madre y a sus hermanos para instruirse y salir de la pobreza. Ya siendo profesor de Física y Matemáticas -después de grandes esfuerzos y "pellejerías"-, Nicanor Parra escribió uno de sus más hermosos poemas: "Hay un día feliz", donde recuerda a su familia, su "aldea", el árbol que plantó su padre, el olor de las violetas... Nicanor es quizás el mayor ejemplo de un talento innato desarrollado a punta de estudio, trabajo, penurias y fracasos. Porque el genio nace y se hace. Y es capaz de distinguir y recordar los momentos de felicidad.