El Frente Amplio (FA), al anunciar que romperá su compromiso de votar por un DC para la presidencia de la Cámara, está a punto de cambiar la foto de la política chilena.
El acuerdo incluye la presidencia de la institución y de todas las comisiones. Esos presidentes tienen importantísimas atribuciones en la manera en que se tramitan los proyectos de ley que afectarán nuestras vidas, incluyendo, entre muchas otras, las de formar la tabla, dirigir el debate y declarar inadmisibles indicaciones.
Para elegir al presidente se requiere mayoría absoluta. Sin el Frente Amplio, el resto de la oposición no la tiene; tampoco la derecha. El anuncio del FA deja a la DC con dos opciones: acordar con la derecha, ya sea sola o acompañada de otros partidos de la oposición, o agachar el moño ante el FA. Ese es su dilema, no hay otras opciones. Si no negocia con ninguno, como sugirió Matías Walker, otros deben negociar. La Cámara no puede funcionar sin presidente.
El FA no explica con claridad su objetivo. Por ahora, lo justifican como un castigo a la DC, por un comportamiento suyo que califican de condescendiente con algunos proyectos del Gobierno y con las acusaciones constitucionales que han promovido. Pero como el castigo no es un fin en sí mismo, solo podría pretender que el castigado aprenda y enmiende su conducta reprochable. El otro objetivo posible es dar testimonio, el castigador, de tan celosa adhesión de un valor o principio transgredido por el desobediente, que se ve obligado a castigarlo. Si lo primero, el FA no entiende nada de la DC, desconoce su cansancio y repudio al bullying a que ha sido sometida por la izquierda. Si un testimonio, querría decir que el FA va decididamente por el camino propio de testimoniar sin transar; cede parte del poder que podría ejercer hoy en el Congreso para apostar por más adhesión popular mañana, la que esperan generar con su testimonio de celo castigador a los que se desvían del debido purismo izquierdista.
¿Qué debiera hacer la DC? Ante todo, decidir. Lo único que un ejército no debe hacer es sentarse sobre las bayonetas. No hay principios en juego; se trata de distribuir cargos, cuotas de poder. Esas son las bayonetas. Legítimas; nada peyorativo en ello. El mandato popular debe ejercerse. Las comisiones y la testera de la Cámara deben constituirse. De lo contrario, no puede funcionar y para constituirlas, se necesita formar una, alguna mayoría absoluta.
No hay principios en juego, pero sí una foto riesgosa. La de un partido de centroizquierda acordando con la derecha. Habría que explicar esa foto en la necesidad de constituir alguna mayoría para que funcione el Congreso y que la otra foto, la que se había acordado con la izquierda, la hizo imposible el FA. Las minorías no aparecen en las fotos. ¿La alternativa? Solo una: asegurarle al FA un comportamiento distinto; comprometerse a que rechazará los proyectos del Gobierno antes que se presenten; o sea, renunciar a su propio discernimiento sobre políticas que aún no se formulan: renunciar a sí misma, formular un perdón por haber actuado como ya actuó, por haber sido fiel a sus convicciones.
¿Cuál foto es peor? La alternativa no parece dudosa. Una puede explicarse y justificarse, la otra no.
Aún queda tiempo, aunque no mucho. Las elecciones son lo primero que debe hacer el Congreso en marzo. Ese tiempo también sitúa al FA en un dilema: aún puede volver al acuerdo; ojalá digo yo; pero tendría que pagar el costo de desdecirse. Explicar su amenaza como un error, como tantas veces han debido hacer sus parlamentarios por estos días, o tal vez entonarla como una payasada, como hizo esta semana para explicar su voto el diputado Florcita Alarcón.
Todo indica que algo está crujiendo en la política chilena. Se trata solo de las lealtades, de compromisos partidarios, de formas cupulares, apenas de imágenes. Claro, apenas; si no fuera porque las imágenes constituyen la política.